viernes, 12 de noviembre de 2010

La chica juguete

Sus uñas se clavan en la zona superior de mi espalda, justo debajo de mi hombro, hasta hacerme sangrar. Ocho líneas de sangre, cuatro por lado, me abren la piel mientras grito de dolor.

Entonces, me corro en su interior.

- Joder, Carmen, te has pasado.- Siseo cuando me toco las heridas del hombro izquierdo con las yemas de la mano contraria, el escozor aún durará horas, como siempre.- ¿No habíamos quedado en que no me ibas a dejar más marcas?

Carmen no contesta, simplemente sonríe con cierto desprecio aristocrático mientras observa que todas sus uñas estén en su sitio. Odio cuando trata de ignorarme, como si los casi quince años que me saca le otorgaran el poder para hacerlo sin que yo pudiera protestar.

- No. Eso lo dijiste tú. Yo jamás lo acepté.- me responde, volviéndose hacia la mesita y cogiendo un cigarrillo.

- ¿No me vas a dar uno?- pregunto, irritado. Las heridas del hombro escuecen aún.

- cómprate.- contesta, sin dignarse siquiera a mirarme y exhalando una bocanada de humo que se eleva por la habitación.

- Que te follen.- Me inclino sobre ella para llegar al paquete de "Fortuna" que yace sobre la mesita, robándole un par de cigarrillos. Me enciendo uno y dejo el otro en la mesita que hay en mi lado de la cama.

No puedo negar que el sexo con Carmen es genial, tal vez eso sea lo que me lleva a volver una y otra vez a su casa, pero fuera de la cama ni siquiera nos soportamos.

- Ay, cariño. Me empiezas a aburrir.- me suelta desganadamente.

Como única respuesta suelto un soplido mientras busco en mis pantalones, tirados al borde de la cama, un mechero con que encenderme el pitillo.

En cuanto me acabo el cigarro, me visto, cojo el otro para colocármelo sobre la oreja, y me voy de la habitación.

Sinceramente, no sé si acostarse con Carmen es una bendición o una maldición.

Obviamente no todos mis compañeros de facultad pueden presumir de follarse a una mujer de treinta y cinco años, inteligente y más puta que las gallinas, pero tal vez no sea algo de lo que presumir una vez que conoces las consecuencias. No soy para Carmen más que un entretenimiento pasajero, alguien que la hace sudar y llegar al orgasmo sin tener que esperar nada más después. Esa mujer me usa, me utiliza como si fuera un pañuelo desechable y luego me tira. Al menos hasta que le vuelve a picar la entrepierna.

Pero en fin. Los dos sabemos los límites de nuestra relación y, tal vez por eso, sea una relación irrompible mientras ninguno se salte las reglas. Ella no lo va a hacer, porque para algo fue ella quien las puso, y yo… yo me conformo con esos encuentros esporádicos porque significan un polvo seguro y siempre bestial.

Como ya habréis podido imaginar, no soy un romántico. Nunca lo he sido. Más bien al contrario, desde el instituto tengo una extensa fama de rompecorazones. No es culpa mía, o al menos no del todo. Las mujeres me suelen aburrir al cabo de una semana, aunque Carmen es distinta. No es como esas mojigatas de mi edad que siguen a la búsqueda de un príncipe azul, ella sabe lo que quiere y yo se lo doy. Luego, cada uno sigue con su vida. Sinceramente, los dos hemos tenido suerte. Yo, de encontrar a una mujer mayor con la que he aprendido más cosas de las que creí posible aprender sobre una cama. Ella, de encontrar un chico joven, vigoroso, y que jamás se va a enamorar de ella.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ya no recibo los mensajes de Carmen con la misma ilusión. Puede ser que, con el tiempo, me esté empezando a aburrir de ella, y creo que el sentimiento es mutuo. Tal vez sea hora de buscar calor en otro sitio.

Pero es que folla tan bien…