viernes, 28 de agosto de 2015

Dos de corazones

Relato que empecé para el ejercicio de "La apuesta" y que no llegué a terminar a tiempo. Ahora lo saco a la luz

La maldita ficha roja rodaba entre mis dedos. El resto, todo lo que tenía, todo lo que me quedaba, todo lo que yo era, aguardaba en el centro de la mesa inconscientemente transmutado en fichas de otros colores. Verdes, azules, negras, naranjas, amarillas… ninguna más era roja. Ninguna podía serlo. En el sobrecogedor montón de fichas del bote había todo un arcoiris en el que solamente faltaba el rojo que mantenía en mi mano.
Castelar esperaba paciente con aquella sonrisa cínica en la boca que me llenaba de ganas de partirle la cara.
–¿Ves o no ves? –me espetó el gordo hijo de puta que ya me lo había quitado todo y que quería que apostase lo único que me quedaba.
Volví la vista a la ficha con la que mis dedos trasteaban y mi mirada resbaló hacia el hueco que habían dejado sus hermanas de otro color en mi lado de la mesa. Hueco que ahora solo ocupaban mis dos cartas. Las ojeé de nuevo, como si esperase que hubieran cambiado en los últimos diez segundos y me diesen una mano vencedora. No era así. El as y el cuatro de corazones seguían allí, como implorándome que no lo hiciera.
Miré las cartas de mesa. El as de tréboles me hubiera dado una buena opción si mi kicker no fuera un cuatro. Mis ilusiones, por lo tanto, debían haber descansado en los proyectos que me abrían el tres y el cinco de corazones que habían acompañado al trébol en el flop. El river había doblado al cinco, y estaba seguro de que, por un lado u otro, Castelar me iba dominando. As de tréboles, tres de corazones, cinco de corazones, cinco de picas… Un dos me daba escalera, un corazón me daba color. En cualquier otro momento me hubieran quedado trece cartas posibles en el mazo donde descansaban las cuarenta y dos restantes. Un treinta por ciento de posibilidades, pero sabía que la posibilidad era mucho menor…
Castelar me había metido en la partida, fingiendo un farol, cuando los corazones me abrían un gran abanico y el as me daba la pareja. Resubió mi resubida para evitar que yo fuera de vacío. Ahora lo entendía todo. Mierda. Había jugado demasiado agresivo en esta mano. El cinco de picas seguro que le daba trío o el as le daba una pareja con un acompañante mucho más alto. Incluso… Miré a los ojos a Castelar. Su rostro era impenetrable, pero, de alguna manera, supe que me la había vuelto a jugar y leí las cartas que llevaba. As-cinco. El gordo cabrón llevaba un full y esperaba que me lo jugase todo a los proyectos cuando era prácticamente imposible que le venciera.
Miré a “El Polaco”. Su nombre era impronunciable y todos, incluido Castelar, para el que llevaba trabajando más de cuatro años, le llamaban directamente “Polaco”. Él también esperaba pacientemente a recibir la orden de repartir la última carta.
Ahora que lo sabía, tenía que reconocer que era un tahúr acojonante. Llevaba toda la tarde intentando averiguar cómo seleccionaba las cartas, pero no lo había logrado. Seguro que ya tenía preparado algún corazón que me diera color y, con ello, una sensación de victoria para que Castelar me quitara mi última ficha. La ficha roja.
Giré la cabeza a mi izquierda para verla. Ella seguía allí, de pie, sin perder de vista a mi rival. Carol conocía lo que significaba la ficha roja. La única ficha sin cifra porque lo que representaba era de un valor incalculable. La ficha que la representaba a ella.
Castelar sabía que era lo único que me quedaba y sonreía. Yo sabía que era lo único que realmente él quería de mí y no sonreía. Mi negocio, mi coche, mi casa… todo eso era un granito de arena para Castelar y sus millones. Mi chica, sin embargo, era la única causa de que me hubiera dado una segunda oportunidad para recuperar todo lo que había perdido.
Aquel cabrón lo había calculado todo para ganarme a Carol de la misma forma que yo la gané tres años antes: en una partida de póquer. “Lo que el póquer te da, el póquer te lo quita”. Veinte años antes, cuando me enseñaba a jugar a las cartas, mi tío Mario me dio varios de los consejos que más me han ayudado en mi vida. Ahora, a pesar de sus consejos, estaba a un solo paso de perder lo más importante que el póquer me había dado.
Pero no iba a ser hoy.
Castelar, con su full en mano, había cometido un error. Me había dejado una salida. Una sola carta que me podía dar la victoria.
Esa carta era el dos de corazones.
Sonreí y lancé la ficha roja encima del montón.
–Veo –dije-… con una sola condición.

viernes, 21 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (6): Mujer con collar de perro

2015

Sonrío y miro por la ventana. Amanece. Amanece que no es poco. Llevo toda la noche navegando entre fotos de la mujer más importante de mi vida. Ahora lo sé. Fue, y es, más importante para mí de lo que fue mi esposa. Amparo fue la parte más importante de mi vida durante más de diez años, pero Marisa fue mi vida por completo durante otros diez. Me enciendo un nuevo cigarrillo y saco del montón de fotos una de las últimas que se ha colado entre las antiguas. Marisa mira a cámara, sentada en el suelo con su coñito, pulcramente depilado, expuesto al ojo muerto de la “Polaroid” mientras un collar de perro rodea su cuello. La mujer-perra saca la lengua obscenamente, y sus pechos se muestran en todo su esplendor, firmes y no muy grandes, pero completamente excitantes.
Tuerzo el gesto mientras trato de recordar el lugar que le corresponde a esa foto. Pasaron demasiadas cosas entre esa foto y el punto en que han quedado mis pensamientos, pero el momento en que supe que algún día le haría una foto como esa fue justo después de mudarnos a nuestra nueva casa. No inmortalicé ese preciso momento del collar hasta años después, pero la frase que Marisa pronunció en los días posteriores a nuestra mudanza todavía resuena en mi cabeza como la sagrada revelación de algún dios oscuro y poderoso.
“¿Tengo que ponerme un collar de perro y dormir a tus pies para que entiendas que voy a estar cada noche contigo, aprendiendo lo que me quieras enseñar?”
No habría sido necesario, pero lo hizo.

sábado, 15 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (5): Muchacha en el autobús

2015
Fotos, fotos, fotos…. Todo es un maremágnum de instantáneas que me sumerge en un mundo pasado que no había querido desempolvar hasta hoy. Mi vaso de “Chivas” vuelve a estar vacío, pero ya me da igual. Estoy inmerso en esta misión y ni siquiera sé si me dará tiempo a revisar todas las fotografías antes de marcharme. Son las cinco de la mañana pero no me importa porque sé que, aun intentándolo, no habría podido dormir en toda la noche. Los nervios me lo habrían impedido. Así que, en vez de pelearme con la almohada, he preferido abrir la Caja De Pandora De Las Fotografías y reflotar todos los recuerdos que me quedan de mi querida alumna.
Esta foto, de Marisa masturbándose con un consolador naranja la tomé tres meses después de que empezase a dormir en mi habitación. Esta, de ella completamente desnuda en el bosque, siete meses después, en nuestro viaje al norte de España. El Santo Camino de Santiago nunca fue menos Santo. Esta fue posterior, de cuando terminó el último curso de Bachiller ¿Quién iba a decirnos que nuestro tiempo en aquel poblacho estaba a punto de acabarse?
Una nueva foto azota mi mirada. Cualquiera diría que es una foto sin más, melancólica incluso. El rostro de perfil de una mujer, pegado a la ventanilla de un autobús mientras, tras el cristal, la lluvia cae sobre los campos del fondo. La mujer mantiene los ojos entrecerrados, y sus dedos junto a la boca, como si acabase de morderse las uñas. Un poderoso rubor cubre sus mejillas y una fina película de sudor envuelve su sien. Obviamente, esa mujer es Marisa. Nadie que viera la foto podría adivinar que, en el mismo momento que la estaba tomando, con la otra mano estaba masturbando a la joven hasta el orgasmo.

viernes, 7 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (4): Joven desnuda y con miedo

2015
Doy la vuelta a la siguiente foto nada más verla para alejarla de mi vista, su simple visión me causa una punzada de dolor profundo en las entrañas. Es increíble cómo, después de tantos años, aquellas imágenes de la vieja “Polaroid” son capaces de removerme tantos sentimientos y tan de golpe. Le doy un largo trago a mi “Chivas” antes de proseguir con mi intención de revisar todas y cada una de las fotografías para desenmarañar los recuerdos que durante tanto tiempo he mantenido en mi cabeza, ocultos pero latentes.
Miento si digo que llevo veinte años sin pensar en Marisa, puesto que lo he ido haciendo casi a diario durante las dos últimas décadas. Pero la impresión que me causan las instantáneas, y la cantidad de detalles que son capaces de hacerme evocar, empiezan a ser agobiantes.
Aún siento los mismos remordimientos e incluso las mismas dudas que sentía en aquellos momentos con el mero acto de revisar las fotos.
Tomo aire antes de girar de nuevo la fotografía que todavía sostengo entre mis manos, como intentando recabar todo el valor posible para enfrentarme de nuevo a ella y a los recuerdos de, posiblemente, la peor noche de mi vida junto a Marisa.
Trago saliva y vuelvo mentalmente a aquella noche en la que mi alumna me hizo entender que había empezado un viaje que no terminaría nunca. En la foto, una Marisa seria y con el rastro de una lágrima seca en su mejilla mira a cámara con una mezcla de odio y temor mientras, desnuda, se abraza a sus rodillas protegiéndose del dolor que alguien le ha causado. Alguien que era yo. El pelo le cubre parte de la cara y la cámara saca un diabólico reflejo rojo en el único ojo que muestra. Es la pura imagen de la furia y del miedo.
Me estremezco mientras mis recuerdos me llevan nuevamente treinta años atrás.

sábado, 1 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (3): Joven junto a mujer de pueblo

2015
Miro con detenimiento una de las pocas fotografías en las que Marisa aparece vestida y en la calle. Ella, abrazada a su tía Jacinta, sonríe a la cámara mientras, al fondo, aguarda el autobús que alejaría a ambas para siempre, puesto que después del entierro de los padres de mi alumna, ni Jacinta volvió a interesarse por Marisa, ni la joven quiso volver a saber nada más de “aquella pueblerina que la desnudaba con la mirada”. En la foto, Marisa viste un grueso abrigo desabrochado por cuya abertura se divisa el suéter y el escote que insinúa sus pequeños senos. La bufanda, el gorro y unos pantalones largos completan su invernal atuendo. Jacinta, en cambio, lleva una simple camisa vieja y una falda de tubo que esconden sus irreconocibles formas, si bien es cierto que su complexión no es muy dada a las curvas, sino que más bien tiende al cuadrado con sus anchos hombros y sus caderonas rectas. Sus ojos se desvían hacia su sobrina sin prestar atención ninguna al objetivo de la cámara.