La comida iba viento en popa, los vecinos admiraban cada vez más a su líder. Sus ideas, explicadas como sólo Ajdet sabía hacerlo, encandilaban a todos. Seguro que estaba empezando un momento de prosperidad y expansión para el pueblo del Gran Río.
Las dos esposas del Gran Jefe se enorgullecían de su hombre, y lo cubrían de besos y caricias, tanto que hasta el propio Adjet se calentó y buscó con sus dedos la entrepierna de Rayma, que siseó de placer al sentir la sensual caricia, sin importarle que el resto del pueblo le pudiera ver.
- Te recuerdo, Ajdet, que aún debes ofrecerle un sacrificio a los dioses para agradecerles tu puesto y rogarles por un buen futuro.- intervino Zuyda, la chamán del pueblo, interrumpiendo al Jefe y haciendo que el resto de vecinos contuvieran la respiración. Aunque no estaba prohibido llamarlo por su nombre de pila, era de uso común referirse al jefe del poblado como Gran Jefe. Estaba claro que la mujer hubiera preferido que su tío Rocnar hubiera sido el nuevo líder del pueblo, y no ese niñato creído de Ajdet.
- Zuyda, no voy a llevar a cabo ese sacrificio. Los dioses no lo necesitan ni nosotros tampoco.- respondió el joven líder sin alzar la voz.
Un escalofrío de sorpresa recorrió a todos los habitantes, e incluso se llegó a escuchar un gemido de horror de alguna mujer. Ajdet estaba ninguneando a los dioses que los protegían.
La chamán, por su parte, más que sorprenderse, se irritó notablemente. Se levantó violentamente del suelo y la rabia subió a su rostro, enrojeciéndolo. Muchos de los vecinos se alejaron con celeridad tanto de ella como de Ajdet. Si la chamán lanzaba algún encantamiento, no querían resultar ellos salpicados por el mismo. Además, Ajdet también había demostrado, al dominar al toro el día de la prueba, que también él tenía poderes más allá de lo meramente humano. Tan sólo Sera y Rayma se mantuvieron inamovibles, aunque la primera de ellas miraba a su hijo igual de sorprendida que el resto de los vecinos.
Tal vez el recordar la Prueba del Toro fue lo que hizo que Zuyda callara lo que queria gritar y se marchara del círculo donde todos comían o, al menos, lo hacían antes del enfrentamiento.
- Vamos, sentaros, aún queda mucha carne que acabarnos. Comed sin miedo.- intentó calmar los ánimos Ajdet. Sonreía sabiendo que había ganado la primera batalla, aunque, de todas las personas del pueblo, Zuyda era quizás la más peligrosa y difícil de vencer definitivamente.
*****
Durante el resto del día, Ajdet trabajó como el que más en las cuevas cercanas, extrayendo el cobre de la veta para llevarlo luego al pueblo. Al caer la noche, los mineros volvieron al poblado con sacos y sacos llenos del dorado metal. Tras supervisar el trabajo que habían llevado a cabo los constructores, y comprobar la dureza de los pocos bloques de adobe que se habían secado ya, Ajdet dio por terminado el trabajo y mandó a todo el mundo a cenar. El agua y la carne corrían alrededor de la hoguera que mantenía la luz en el pueblo. Zuyda, posiblemente escarmentada por la discusión de aquella mañana, ni siquiera apareció por la cena. Ajdet levantó su cuenco de madera y fue rápidamente llenado por una de las mujeres, se lo llevó a la boca y...
- ¡¡NOOOO!!- Rayma tiró de un manotazo el cuenco, que cayó al suelo derramando su interior.
- ¿Pero qué demonios haces?- protestó el Gran Jefe, pero entonces lo vio. Entre el agua derramada, decenas de pequeños trozos de raíces manchaban el suelo. Ajdet se agachó y cogió el más grande de todos, para volverse luego hacia la mujer que acababa de llenar su copa.- ¿Raíz de mandrágora, Zuyda? ¿has intentado matar al Gran Jefe?- dijo, quitándole a la mujer la capucha que la ocultaba.
- ¡No te mereces vivir, maldito blasfemo! ¡Tan sólo soy la mano ejecutora de los dioses!
-¡Cogedla!- ordenó Ajdet.
*****
- ¡Vecinos! ¡Compañeros! ¡Amigos! ¡Mi decisión de acabar con este templo no significa que reneguemos de nuestros dioses!- ante la escalinata que daba acceso al templo, Ajdet lanzaba su proclama a sus vecinos.- Yo más que nadie conozco la bondad y el poder de nuestros dioses, pero ya estaba harto de ver gente viniendo a pedir nimiedades y estupideces a los dioses. Bastante hicieron ya creándonos y regalándonos estas fértiles tierras para que ahora estemos intentando molestarles con nuestras menudencias. ¡No somos unos niños que aún buscan los senos de su madre parar mamar de ellos! ¡Hemos crecido! ¡Por supuesto que seguiremos amando a nuestros dioses, igual que amamos a nuestros padres! ¡Pero ahora es nuestra hora de tomar el mando de nuestras vidas! ¡Con su apoyo, sí, pero sin su ayuda!
Todos aplaudieron a Ajdet. Hasta los que lo consideraban blasfemo por su discusión de esa mañana con Zuyda, tuvieron que cambiar de opinión y acabaron alabando el enorme amor que ese hombre sentía por los dioses.
- ¿Y qué pasará con el templo?- preguntó alguien, entre la multitud.
- Eso ya lo tengo pensado. Los hombres, que me sigan.
Todos los hombres adultos del poblado, aunque extrañados, siguieron a Ajdet al interior del templo. Fuera quedó Rayma, que impidió que cualquier mujer entrase.
- Sólo los hombres, por favor.- decía la esposa más joven del jefe cuando una mujer trataba de entrar.
*****
Llegaron todos los hombres a una sala lateral del propio templo, que era la que hacía las veces de vivienda de Zuyda. En ella, iluminada por la luz débil de algunas antorchas diseminadas por la pared, una mujer desnuda yacía, colgada del techo por una cuerda que le ataba las manos, farfullando algo que la mordaza de lino que le habían puesto no dejaba entender. Su melena rubia caía sobre sus hombros y sobre su cara, ocultándosela.
- ¿Z-Zu-Zuyda?- dijo uno de los más de treinta hombres que abarrotaban la entrada de la sala, al reconocer a la joven chamán.
- Digamos que los dioses se han cansado de ella, de su estúpida costumbre de molestarlos para todo, y pasan de ayudarla.- explicó Adjet mientras se acercaba a ella. La chamán se debatió violentamente, moviéndose de un lado a otro, pero sin poder soltarse ni de la mordaza ni de las ataduras de sus muñecas.
Con desesperante lentitud, el Gran Jefe se colocó a espaldas de Zuyda y mostró a los hombres el cuerpo desnudo de la antigua mensajera de los dioses.
- observadla bien... un cuerpo perfecto, y además, virgen y puro. ¿No es así? Todavía ningún hombre se ha atrevido a profanar este templo.- dijjo, poniendo su mano sobre el pubis de la mujer.
Sabiendo lo que Ajdet se proponía, Zuyda intentó resistirse, girarse, esconder su sexo, pero fue inútil. La mano de Ajdet se colocó sobre el vientre de la chamán y comenzó a bajar, hasta llegar al cerrado coñito, donde empezó a frotar sin importarle los sollozos y gritos apagados de Zuyda.
Los hombres que presenciaban el espectáculo comenzaban a excitarse. La mujer trataba de resistirse pero estaba claro que los dedos de Ajdet hacían un buen trabajo, y estaban empezando a conseguir que su cuerpo respondiera. El joven Jefe estaba disfrutando. Aunque la chamán tuviera tres o cuatro inviernos más de los que él tenía, estaba claro que en el tema del sexo, Zuyda era aún como un bebé de pecho.
- Tú, tú, tú y tú...- dijo Ajdet, señalando a cuatro hombres del poblado, sin dejar de masturbar a la mujer con la otra mano.- venid aquí.
Los cuatro obedecieron y, siguiendo las órdenes de Ajdet, comenzaron a acariciar el desnudo cuerpo de Zuyda. Sus pechos prominentes, su vientre plano, sus nalgas redondas, sus firmes piernas. Las manos de los hombres parecían un incendio sin control y el cuerpo de la mujer, un bosque condenado a ser devorado por él.
Zuyda no podía resistirlo más, sentir tantas manos sobre el cuerpo la estaba volviendo loca. Y sobre todo, aquélla, aquella mano que rozaba su sexo y estaba logrando arrancarle los primeros gemidos de su garganta.
Zuyda había empezado a gemir a través de la mordaza de tela, y sus "mmmmmms" nasales enardecían su sangre y la de los demás. La mordaza no le dejaba respirar bien, y las manos seguían sobándola, extasiando cada uno de los poros de su piel. Creyó que se estaba quedando sin aire y que perdería el conocimiento en poco tiempo, pero la sensación era extraña, como si estuviera contaminada por otra más fuerte, más sucia, más prohibida. Mientrastanto, las manos continuaban su sexual baile sobre la piel de la joven.
Cuando lo sintió nacer, Zuyda no se lo creía, abrió los ojos hasta lo máximo que daban sus párpados, intentó soltar un grito que la mordaza se encargó de callar, contrajo todo su cuerpo con violencia y empezó a temblar.
- Mirad, chicos, ¡La chamán se está corriendo!- gritó uno de los hombres, antes de estallar en carcajadas.
Los sonidos que brotaban de la garganta de Zuyda parecían más los gimoteos de una bestia herida que palabras humanas. Aún así, los hombres los encontraron profundamente eróticos, y más de uno comenzó a masturbarse mientras los temblores de la chamán se iban calmando poco a poco.
Ajdet separó a los hombres de la joven paa dejarla disfrutar a solas de su orgasmo, y una vez calmada, le retiró la mordaza.
- ¿Te ha gustado, zorra?- inquirió el Gran Jefe, obligándola a mirarlo a los ojos,
- maldito cabrón.- gruñó ella, tratando de recuperar la respiración.- ¡Eres un maldito hijo de puta!- gritó, antes de escupirle en la cara.
Con gesto de enfado, Ajdet se limpió el esputo de la mejilla y ordenó a dos hombres que abrieran las piernas de la joven.
- ¡No! ¡No, por favor!- gritó ella, pero Ajdet no obedeció,
Colocó su verga a la entrada del sexo virgen de Zuyda y con un vigoroso empujón atravesó su himen sin contemplaciones. La mujer rasgó el silencio del templo con un grito, y la sangre empezó a gotear desde su sexo al suelo.
Dolía, escocía, pero tras esos sentimientos, latía un placer naciente, un placer incómodo por la manera es que lo estaba recibiendo, pero un placer a fin y al cabo. A cada instante, Zuyda gozaba más y más de la violenta penetración. Finalmente, se resignó a que no tenía forma de escapar de aquello y dejó que su cuerpo disfrutara sin ataduras.
Zuyda, intentó ocultar su placer ante Ajdet, que no dejaba de ser su enemigo. Sin embargo, debía reconocerlo. Le gustaba, le gustaba aquella presión en su coñito, le gustaba el sudor cubriéndola por completo, le gustaban los jadeos del Gran Jefe caracoleando sobre ella, le gustaban las manos acariciándole el culo y las tetas y le gustaba el orgasmo al que estaba a punto de llegar de nuevo. La sensación de recibir una polla en su interior era fabulosa.
Sin embargo, antes de llegar ella al clímax, fue Ajdet el que extrajo la polla de su coño y llenó de trallazos de semen el vientre y los pechos de Zuyda, que culeó buscando de nuevo la polla, tan cerca como estaba del orgasmo.
- Vaya... ¿Quierés más guerra?- rió Ajdet, sacando de entre sus ropas una daga de cobre con la que cortó la cuerda que mantenía a la chamán atada al techo. Los hombres que mantenían abiertas sus piernas se apartaron, y la pobre mujer cayó de rodillas al suelo, rodeada de demasiados hombres para contarlos a todos de un vistazo.- podéis hacer con ella lo que queráis. Es vuestra.
Tras decir eso, Ajdet se retiró a una esquina, viendo con una sonrisa cómo la barahúnda de hombres se abalanzaba a la pobre mujer, que durante horas fue penetrada por todos los agujeros de su cuerpo, siendo obligada a chupar y masturbar pollas, recibiendo vergas por el coño, por el culo y por la boca al mismo tiempo, vergas que la llenaban de semen una y otra vez. Durante todo ese tiempo, Zuyda aprendió a gozar cada penetración que sufría, perdiendo la cuenta de todos los orgasmos que le causaba la multitud.
Lindaba el amanecer cuando el último de los hombres se daba por satisfecho y salía del templo, dejando a solas a Zuyda con Ajdet. El Gran Jefe introdujo de golpe su polla por el culo de Zuyda, lubricado por el sudor y el semen de tantos hombres.
La chamán respondió a la súbita intrusión con un gemido de gusto, lo que espoleó al joven a seguir taladrando su ano con fuerza y velocidad crecientes mientras con su mano frotaba el sexo pringoso de la chamán. Zuyda aún tuvo tiempo para correrse una vez más antes de que el Gran Jefe hiciera lo propio en el interior de su recto.
- Límpiala.- ordenó Ajdet extrayendo la verga del culo de la mujer y poniéndosela ante la cara. Ella abrió la boca con rapidez y engulló la verga, que frotó con la lengua hasta que el amargo sabor de sus intestinos desapareció.
- ¿Vas a querer más orgasmos?- inquirió el joven, agarrando de los cabellos a la chamán hasta que lo miró a los ojos.
- Sí, Gran Jefe, por favor.- respondió ella, sumisa.
- ¿Te portarás bien y obedecerás lo que yo te ordene?
- Sí. Si.- contestó Zuyda sin pensar siquiera. Ahora era su cuerpo el que hablaba, los orgasmos sufridos los que tomaban el control de su boca y respondían, anhelantes de volver a salir a flor de piel.
- ¿Sabes, Zuyda? He de darte las gracias por esto. Tenía pensado cerrar el templo desde hace tiempo, pero me lo has puesto muy fácil con tu estúpido intento de matarme. A partir de ahora seguirás curando todos los males de la gente del pueblo... pero sin la ayuda de los dioses, como todos. Y también tengo preparado otro trabajito para ti, así que no te preocupes, no te aburrirás.
Finalmente, salió del templo, dejando a Zuyda desnuda sobre el suelo de la vivienda, sin fuerzas para moverse siquiera.
Continuará...
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