miércoles, 28 de septiembre de 2011

A.C. (18: Sangre en las montañas)

- ¡Vamos, preparaos! ¡Los mercenarios nos esperan en el Valle Alto!- Ajdet se había colocado la coraza y el casco de bronce y arengaba a los Hombres del Bosque y a unos pocos guerreros del Gran Río. No quería dejar, como la otra vez, el pueblo sin protección. Menos aún ahora que Tarsis podía tomar represalias por la muerte de sus emisarios.

- Estamos listos, Gran Jefe Ajdet.- dijo Ethú, al frente de los salvajes.

- Está bien. ¡Andando!

Ajdet dirigía al grupo de treinta y dos guerreros que se dirigían al pueblo del Monte Negro, entre los que se encontraba Yasid. El Rey Toro había decidido llevárselo, y no solamente para comprobar la habilidad del extranjero con la espada. También quería alejarlo de la pequeña Ayna esperando enfriar así los sentimientos de una y otro.

Al paso de las tropas junto al Valle Alto, otra quincena de guerreros se unieron al grupo.

Llegaron al pueblo del Monte Negro poco antes de que la noche cayera sobre la región. Los guerreros pasarían allí la noche y saldrían con el alba en busca de los salvajes de las montañas.

- ¡Bienvenido, Rey Toro!- saludó el Jefe del Monte Negro a Ajdet- Os hemos preparado una pequeña fiesta de bienvenida.

*****

Los hombres de Ajdet estaban encantados con esa bebida dulce, rojiza y suave que entraba por la boca, acariciaba la lengua, caía por la garganta, aterrizaba en el estómago y les calentaba la sangre.

- Y... ¿Cómo dices que se llama a esto, Utón?

- Vino, Gran Jefe Ajdet. Se llama vino y se extrae de la uva.

Ajdet elevó su copa y la chocó contra la del líder del Monte Negro. Una miríada de gotitas rojizas los cubrió, como una diminuta lluvia de rubíes que brillaban a la luz de las hogueras.

- Gran Jefe Ajdet, también en mi país conozco esta bebida- interrumpió Yasid, sentado a la diestra del Rey Toro-. Aconsejo que tus hombres no beban mucho o mañana no se podrán luchar.

- Cierto, extranjero- terció el Jefe del Monte Negro-. Pero unos tragos no harán daño a tan grandes guerreros.

Ajdet sonrió efusivamente, era un gesto que podía pasar desapercibido entre las risas etílicas de sus hombres, pero él estaba agradeciendo a los dioses que le hubieran facilitado tanto su plan. No podía creerlo, sin lugar a dudas estaba protegido por las divinidades.

Tras acabar su copa, se levantó y fue uno por uno a sus hombres, ordenándoles que dejaran de beber el dulce néctar. Sin embargo, cuando llegó a la zona en que los Hombres del Bosque reían, gritaban y bebían, directamente tiró de un manotazo la copa del primero de ellos que se puso a su alcance.

- ¿Qué demonios te crees que haces, maldito niñato?- bramó el salvaje, levantándose y enfrentando su ancho cuerpo ante el delgado ser del jefe. Ajdet no se amilanó. Sin más diálogo, abofeteó fuertemente al hombre del Bosque con el dorso de su mano, mandándolo al suelo.

- ¡He dicho que dejéis de beber! ¿No escucháis cuando os habla vuestro jefe o qué?

Algunos de los salvajes se levantaron también y se encararon al Jefe, que pronto fue respaldado por los hombres del Gran Río y del Valle Alto. La figura de Yasid ayudó a amedrentar a los salvajes, que todavía sospechaban que el enorme negro era más un demonio que un hombre.

La pelea, sin embargo, se evitó por la rápida actuación de Ethú, que separó a los contendientes y obligó a sus hombres a soltar sus bebidas.

- Ya habéis oído al Gran Jefe. Se acabó el beber por esta noche.

Los salvajes tiraron las copas y se retiraron, visiblemente enfadados, a la cabañas que el Monte Negro había preprado para que descansaran antes de la batalla del día siguiente.

- ¿Por qué hiciste esa cosa?- inquirió Yasid mientras veía a sus asilvestrados compañeros abandonar la plaza.

- Todo tiene su razón de ser, querido Yasid.

viernes, 23 de septiembre de 2011

A.C. (17: Los Hombres de Tarsis)

Las historias de Yasid eran asombrosas. Ajdet disfrutaba con la información que el negro le transmitía, prestando una atención especial cuando le hablaba de ese reino del sur en donde Yasid había pasado poco más de media luna.

El gigante extranjero dibujaba en la tierra un pequeño mapa de cómo estaba distribuida la capital y alguna de las ciudades circundantes.

- ¿Qué son esos extraños símbolos que dibujas ahí?- preguntó el Gran Jefe, señalando unos raros garabatos que había junto algunos de los cuadrados que indicaban distintos edificios.

- ¿Esto? Son letras... Se me olvidaba que en estas zonas no conocéis la escritura.

- ¿Escritura?- Ajdet pronunció con dificultad la extraña palabra.

- Cada uno de estos símbolos significa un sonido. Éste es la "e", éste, "rre", éste, "ri" y el último, la "a".

- e-rre-ri-a... ¡Herrería! La herrería de la ciudad... ¿Y puedes escribir cualquier sonido de cualquier idioma?

- Sí, aunque algunos son más difíciles, como vuestra "P", que es muy parecida a la "B", pero siempre se pueden poner dos símbolos para disipar dudas.

- ¿Y sería complicado aprender a escribir?

- ¿Com-plicado? ¿Te refieres a si sería difícil?- Ante la respuesta afirmativa de Ajdet, Yasid continuó.- No, no creo. ¿Deseas aprender?

- Me encantaría, pero, si no te importa, prefiero que empecemos mañana. Hoy tengo que visitar el Pueblo del Monte Negro. Y si queda tiempo, bajaré hasta las villas de la Sierra.

- De acuerdo, Rey Toro. Yo he de despedirme de Samir, ya está recuperado y ha decidido volver a casa.

- Entiendo...- Ajdet se quedó pensativo.- Oye, Yasid... ¿Cuando regresarás tú a tu casa?

- No tengo a nadie que me espere. Partí antes de casarme.

El Gran Jefe quiso ver más allá de sus palabras, y no le gustó lo que cruzó por su mente.

- Yasid.

- Dime, Rey Toro.

- No te enamores de mi hermana.- dijo, antes de despedirse del negro.

domingo, 18 de septiembre de 2011

A.C. (16: La lección de Ayna)

La noche había caído de nuevo sobre el Gran Río cuando el primero de los dos grupos de guerreros regresaba al pueblo. Sin embargo, Ajdet notó algo raro según atravesaba las puertas de su capital. Un ambiente de nerviosismo revoloteaba en el poblado, como si una pátina de intranquilidad hubiera cubierto el Gran Río durante su ausencia.

- ¡Lesc! ¿Qué demonios ha pasado?

- ¡Ajdet!- el joven hijo de Rocnar suspiró aliviado cuando vio aparecer a su Jefe. Estaba claro que, pese a que Ajdet le había visto capacitado para gobernar durante su ausencia y la de Rayma, lo que hubiera pasado le había desbordado por completo.- Cre... creía que ibas a venir antes, esperé todo lo que pude para darte tiempo a llegar... yo... lo siento...

- ¡Lesc! ¡Maldita sea, cálmate! ¿Qué ha ocurrido?

- Es... Ayna... se metió esta mañana en el bosque y todavía no ha regresado. No hay forma de encontrarla.- el joven Lesc parecía al borde del llanto, no sólo había actuado de forma lenta y negligente, lo que posiblemente causara la muerte de la pequeña, sino que también había echado a perder la ocasión de demostrarle al Rey Toro que él también podía ser un buen gobernante.

- ¿Qué dices? ¿Has mandado alguien a buscarla?

- Sí. Pagul, Misdo, Ferc y Bsadi la están buscando. ¡ah! Y el negro también. Él fue el último que la vio. Han salido a la caída del sol.

Ajdet maldijo. Era verdad que había dejado muy pocos hombres en la ciudad, y la mayoría de ellos, por no decir todos excepto Lesc, Rutde y Pagul, demasido jóvenes o demasiado mayores. Sin embargo, Lesc se había equivocado. Pagul era un guerrero sin demasiado cerebro que no se orientaba especialmente bien en el bosque. Ferc era aún un muchacho con más ganas que fuerza, y Misdo un guerrero ya demasiado veterano, que había sido incluso compañero de Arald, el padre de Agaúr y abuelo de Ajdet. El joven Rey Toro rezaba a los dioses que fuera Bsadi, un viejo cazador acostumbrado a desenvolverse en la espesura, el que hubiera tomado el mando de la partida de búsqueda. Sin embargo, conociendo el poco carácter del hombre y el ego desbordado de Pagul, estaba seguro que no había sido así.

Si al menos hubiera enviado unas cuantas mujeres de apoyo, con las que pudieran hacer un barrido del bosque... Pero Ajdet sabía la opinión que el hijo de Rocnar tenía de las hembras, a las que consideraba seres débiles e inferiores. Él mismo tampoco tenía una opinión mucho mejor, pero al menos podrían haber ayudado.

martes, 13 de septiembre de 2011

A.C. (15: La Estrategia de Ajdet)

Ajdet no podía esperar ni un minuto más. Era hora de demostrarle al extranjero el poder del Rey Toro. Su simple nombre bastaría para hacer rendirse al Pueblo Azul y Yasid entendería que él era tan o más poderoso que el rey del Sur.

- ¡Maastri! Ves y diles lo que acordamos.

El joven de los Hombres del Bosque se había ido convirtiendo día a día en uno de los hombres de confianza del Rey Toro. Su obediencia y rapidez le habían concedido un puesto muy cercano al jefe.

El salvaje asintió y salió del pueblo a la carrera. Si cumplía su misión, si empezaba a subir el respeto que el Gran Jefe le tenía, tal vez podría abandonar su tribu salvaje y hacerse un hueco en los desarrollados pueblos que Ajdet conquistaba.

*****

Las horas pasaban y el Gran Jefe paseaba por su territorio con Yasid, mientras esperaba que Maastri llegara con la respuesta de Kimel. Samir, tras despertar de su profundo sueño, se curaba lentamente merced a los ungüentos de Zuyda, lo que tranquilizaba al imponente negro, que en su paseo sin embargo acosaba a preguntas a Ajdet. El joven se pensaba mucho antes de responder, no sólo porque tuviera que escoger las palabras más sencillas para que el extranjero las entendiera, sino porque tampoco le quería dar demasiados datos importantes. Todavía no se fiaba completamente del negro. Tenía que reconocer que Yasid aprendía demasiado rápido el idioma.

Los gritos de los vigilantes le sacaron de la conversación. Se puso a correr hacia el este del poblado mientras trataba de averiguar el motivo del griterío.

*****

La rabia lo había dominado durante unos segundos al encontrarse con el desagradable regalo que le esperaba a pocos metros de la muralla. La cabeza cercenada del joven Maastri lo miraba a los ojos desde el suelo, como preguntándole un por qué que ni él mismo podía contestar.

Un jinete lo había traído y lo había lanzado a los pies de los guardias antes de desaparecer nuevamente en el bosque occidental.

Los Hombres del Bosque corrieron a por sus armas, deseosos de atacar ese maldito pueblo que había acabado con su compañero. Sin embargo, Ajdet los detuvo. Su inteligencia y sangre fría se impusieron a su ira.

- ¡Quietos! Primero tendremos que enterarnos de qué es lo que tienen para atreverse a hacer una cosa de éstas. Lesc, escoge dos guerreros y ves al Pueblo Azul. Vigila e investiga, pero con mucho cuidado, no te acerques demasiado. Intenta contactar con Sanom, si puedes, es de confianza.

jueves, 8 de septiembre de 2011

A.C. (14: El Extranjero)

- Vamos, Samir, por todos los dioses, resiste, por favor. Pronto llegaremos a un poblado.

Los dos extranjeros avanzaban a duras penas por el prado, el más alto de los dos arrastrando consigo a su compañero, que sólo podía gritar y encogerse por el dolor lacerante que abrasaba su estómago.

- No... no puedo continuar...- balbucía, casi sin fuerzas, el hombre.- estoy demasiado... ¡AAARRGHHHH!

Samir se soltó del brazo de su amigo y cayó al suelo. Sentía un fuego devastador romperle las entrañas, reventarlo de dolor, robarle todas las fuerzas y dejarlo derrotado sobre la hierba húmeda aún del rocío de la mañana.

- ¡Mira! ¡Un poblado! ¡Voy a intentar pedir ayuda! ¡Resiste!

El hombre salió corriendo hacia la villa, dejando a su compañero doliéndose sobre la hierba. Cruzaba el verde prado con zancadas tan enormes como él mismo, el viento azotaba en su rostro, los pulmones le ardían y el corazón parecía querer salírsele del cuerpo, pinchando su pecho como si una daga le atravesara la piel desde dentro, pero la vida de Samir estaba en sus manos y no podía dejar de correr.

El poblado, a ojos vista, parecía crecer y elevarse a medida que se aproximaba, como si desde que él empezara su alocada carrera, hubiera ido evolucionando desde una casucha de pieles y huesos hasta la villa fortificada que ahora semejaba. Quizás, cuando llegase a ella, sus hombres habrían descubierto ya cómo volar y sus edificios serían tan altos como el mismísimo cielo.

- ¡Pagul! ¡Mira eso! ¿Qué demonios es?

Uno de los guardias que vigilaban la puerta encarada al sudoeste del poblado señaló al hombre que corría hacia ellos vestido con una túnica de llamativos colores violáceos. Pero aquél no era un hombre normal. Era enorme, corría tan rápido como el mismo viento y, lo más inquietante, su cara era del color de la noche.

Los guardianes mostraron sus espadas mientras el gigante negro avanzaba hacia ellos a gran velocidad.

- ¡Alto! ¡Deténte ahora mismo!- Ordenó el tal Pagul, arma en ristre.

El extranjero se detuvo justo frente a los guerreros, y se echó de rodillas, implorando algo en un idioma extraño y atropellado.

- ¿Qué demonios dices? ¡No entiendo nada!

- Es un conjuro, está intentando hechizarte... ¡mátalo, Pagul!- dijo el otro guardián. Sin embargo, su compañero no obedeció, en los ojos de ese hombre de piel oscura y gruesos labios encontró una sensación de angustia y miedo profundo que inspiraron su compasión.

- Llama a Ajdet. Él sabrá lo que hacer.

- Pero...

- ¡Hazlo! ¡No me pasará nada, no está armado!

sábado, 3 de septiembre de 2011

A.C. (13: El Pueblo del Gallo)

Pasaron dos días, los hombres del Gran Río enviados por Ajdet y comandados por Lesc ya habían regresado, después de ayudar en la reconstrucción del pueblo del Valle Alto. Para compensarlos por los estragos que la guerra había causado, Ajdet no sólo les permitió explotar las minas de cobre y estaño, sino que hizo llamar a uno de los supervivientes para que aprendiera de Rutde el oficio de la herrería.

No obstante, el abismo que se había abierto entre el número de hombres y de mujeres en el pueblo tras la batalla, era un inconveniente en el que el Gran Jefe no dejaba de pensar. Viudas y mujeres jóvenes se habían quedado sin posibilidades de encontrar esposo. Pensó sin embargo que ya tendría tiempo de arreglarlo cuando conquistara el pueblo del Gallo.

Ajdet salió de casa y el sol repentino del amanecer le dolió en los ojos. Entrecerró los párpados y trató de acostumbrarse a la claridad brutal del día. Sus hombres comenzaban a prepararse. A los guerreros que le acompañaron en su ataque contra el Valle Alto se les habían unido varios habitantes más de los otros dos pueblos. En total, sesenta y un guerreros, ya la mayoría de ellos armados con espadas de bronce e, incluso, algunos como Rocnar o Lesc también con armaduras del cobrizo metal.

En vez de dirigirse directamente hacia ellos, el Gran Jefe se alejó del centro del poblado, hacia los campos que habían quedado fuera de las murallas. Se acercó a un pequeño cercado donde un animal zahíno correteaba.
Ajdet sonrió con arrogancia. Era hora de amedrentar al enemigo.

*****

El pueblo del Gallo estaba rodeado por una empalizada de madera que, si bien no era tan buena protección como la muralla de piedra del Gran Río, daba una gran ventaja a los defensores. Además, la villa era de las más grandes y pobladas de la zona, más de doscientas personas vivían dentro del pueblo, y ningún otro rival se había atrevido a atacarla desde muchas generaciones atrás. Se necesitaba un ejército muy fuerte y poderoso para siquiera intentarlo. Justo lo que Ajdet, en tan poco tiempo, había logrado.

- ¡Allí vienen los Hombres del Bosque! ¡Es cierto! ¡Los comanda un hombre a caballo! ¡No! ¡No es un caballo! ¡Es... Dioses del Cielo!

Los gritos del vigilante llegaron a oídos de los invasores, que se apostaban lentamente junto a la empalizada este del poblado. Una risa franca recorrió a las tropas.