domingo, 23 de octubre de 2011

A.C. (23: La instrucción)

Doscientas veinticinco espadas, el mismo número de armaduras y cascos, veinticinco lanzas con punta de bronce, doscientos arcos y cerca de quinientas dagas.

A las afueras del Gran Río, los doscientos veinticinco guerreros del Reino del Toro se preparaban para la primera instrucción observando el arsenal que tenían delante.

- Sé que algunos de vosotros os sabéis buenos guerreros, habilidosos con el uso de la espada y feroces en la lucha. Pues bien... ¡Eso no os va a servir de nada cuando marchemos de conquista! -gritó el Gran Jefe Ajdet- ¡No quiero guerreros! ¡Quiero un ejército! ¡Un grupo de soldados que luche como uno solo, donde cada uno de sus integrantes pueda cubrir los puntos débiles de sus compañeros y potenciar sus mejores habilidades! ¡A partir de ahora aprenderéis a batallar en formación, a luchar de una forma más eficiente, a moveros con una armadura pesada y a atacar al enemigo protegiendo vuestra vida! ¿ENTENDIDO?

- ¡SÍ, GRAN JEFE! -gritaron todos los soldados.

- Muy bien. Los que hayan sido elegidos para montar a caballo, coged una armadura, un casco, una espada, dos dagas y una lanza y seguid a Yasid, él os instruirá.

Veinticuatro hombres además del gigante negro avanzaron y tomaron lo que el Gran Jefe había dicho. Luego, Yasid los dirigió hacia el sudoeste del poblado, donde esperaban veinticinco caballos.

- ¡Los demás! ¡Casco, armadura, espada, arco y dos dagas! ¡YA! -gritó Ajdet, y todos se apresuraron a cumplir la orden del Rey Toro.

Ajdet observó a sus soldados. Todos jóvenes, fuertes, y decididos a convertirse en una auténtica fuerza brutal y sangrienta.

- ¡Poneos las armaduras! ¡Veremos a dónde llega vuestra fuerza!

El primer guerrero en caer desfallecido lo hizo al poco de completar la tercera vuelta al exterior de las murallas del poblado. El ritmo de carrera que impuso Ajdet, que no sólo llevaba la armadura, sino también el casco, la espada y un enorme morral que nadie sabía que llevaba, era inhumano.

No habían tardado ni media hora en recorrer diez quilómetros. El Rey Toro detuvo a sus soldados y los dejó descansar mientras les daba una de sus primeras lecciones.

- Jamás os voy a pedir que hagáis nada que yo mismo no pueda hacer. Pero si yo puedo hacerlo, al final conseguiré que vosotros también podáis -Y tras decir eso, Ajdet vació el morral frente a sus soldados. Una docena de piedras tan grandes como la cabeza de un niño cayeron al suelo ante la atónita mirada de los guerreros. Fácilmente las rocas podrían pesar tanto como una niña pubescente.

*****

A la hora de comer, los soldados que entrenaba Ajdet estaban exhaustos. Tras la carrera, habían tenido que entrenar diversos movimientos con sus espadas y dagas, todos ellos enfocados a protegerse de un ataque frontal y atacar al rival. Tan agotados estaban que incluso algunos no pudieron evitar vomitar de cansancio.

Afortunadamente para ellos, por la tarde Zuyda había aceptado ofrecerles unas clases de herbología, para que, estando de campaña, supieran qué plantas podrían ayudarlos a curarse por sus propiedades astringentes, analgésicas, relajantes o cicatrizantes y qué otras los matarían sin remedio.

Mientras los soldados mascaban tila para templar sus nervios, especialmente indicada para los arqueros antes de disparar, el Rey Toro se acercó a la chamán.

- ¿Cómo va la otra instrucción? -preguntó Ajdet.

- Fenomenal. Es inteligente y aprende muy rápido. Será una gran arma si la sabes usar.

- Sabré -respondió el Gran Jefe, con una amplia sonrisa.

martes, 18 de octubre de 2011

A.C. (22: La pequeña Nura)

Costó un par de días pacificar por completo los pueblos de la Sierra. Friegg no perdonaba a Ajdet el asesinato de su esposa, pero al final el Rey Toro se descubrió como un brillante negociador y consiguió que los cuatro pueblos recién conquistados acabaran admitiendo su dominio sobre ellos, el pueblo de la Sierra Sur que Friegg gobernaba entre ellos.

De vuelta al Gran Río, Ajdet se encerró en su casa para reorganizar su reino, no sin antes hospedar a la pequeña Nura en una de las habitaciones libres de su casa y exigir a toda su familia que nadie la tocara antes que él, lo que sentó bastante mal a su esposa. Dicho esto, pidió que le llevasen comida y agua una vez al día y se encerró a cal y canto en la sala donde tiempo atrás se había reunido con los hombres de Tarsis. Durante siete jornadas, el mando del Reino del Toro y de su capital recayó por entero en Rayma y Yasid, que se había convertido en el hombre de confianza del Gran Jefe por encima de viejos amigos como Lesc. Mientras, Ajdet permanecía en la sala y la única persona a la que se le permitía entrar para llevar la comida y asear la estancia era a la nínfula morena, la misma que había sido vendida y luego rescatada por el Rey Toro.

*****

Ayna despertó y buscó el cuerpo de Yasid, pero sólo encontró un vacío junto a ella en la cama. Se levantó, completamente desnuda, y cogió su túnica con un mohín de disgusto.

- Eres muy hermosa...

La hermana pequeña de Ajdet se sobresaltó y se tapó rápidamente con la túnica.

- ¿Qué haces en mi habitación?

- Oh, no tengas miedo -dijo la pequeña Nura, dando un paso hacia delante, abandonando la puerta en que estaba apoyada-. ¿Sabes? Te pareces mucho a tu hermano.

Ayna se vistió a gran velocidad, intimidada por la presencia de la muchacha.

- No te vistas tan rápido, por favor -se quejó la morenita, acercándose más a la rubia-, no me niegues ver un cuerpo tan hermoso.

- No tendrías que estar aquí.

Poco a poco, Nura había avanzado hasta situarse a pocos centímetros de Ayna.

- Ese negro enorme... Es tu esposo, ¿Verdad? -preguntó, acariciando suavemente, con la yema de sus dedos, la mejilla de la rubia.

- Sí... lo es -murmuró Ayna, y un escalofrío le recorrió el rostro, como si los dedos de la chiquilla transmitieran electricidad.

- Debe ser una delicia hacer el amor con él -susurró Nura, un instante antes de inclinarse hacia Ayna y depositar en sus labios un beso húmedo, sensual, eróticamente perfecto.

Durante unos segundos, la jovencita rubia se quedó petrificada, sintiendo cómo esos labios rozaban los suyos, calentándolos, cómo esa lengua violentaba su boca, tratando de abrirse paso.

Finalmente, una vez repuesta de la sorpresa, Ayna recuperó el control de su cuerpo y empujó a la otra chiquilla, enviándola al suelo.

- Fuera de aquí -ordenó la hermana de Ajdet.

- Pero...

- ¡Fuera de aquí!

Algo asustada, Nura salió de la habitación de Ayna a la carrera, dejando a la pequeña rubia confusa y extrañamente excitada.

jueves, 13 de octubre de 2011

A.C. (21: El asedio)

Los guerreros salieron de los bosques y corrieron hacia la muralla de piedra.

- ¡AHORA! -gritó alguien desde el interior de la villa fortificada.

Decenas de saetas se alzaron en el cielo para luego caer sobre los invasores. Algunas armaduras de bronce rechazaron las flechas pero otras fueron perforadas y las afiladas puntas horadaron la carne. Los gritos de dolor de los hombres resonaron a las afueras del poblado.

- ¡Maldita sea! -Ajdet se encaró con el Jefe de la Sierra Norte, él había sido quien le había convencido de atacar el pueblo de la Sierra Blanca en primer lugar- ¡No me dijiste que hubieran arqueros en ese pueblo!

- No... no lo sabía. Es la Sierra Sur quien entrena a sus guerreros con el arco -se defendió Braki, el Jefe-. Deben de haberse aliado con ellos.

El ímpetu de las tropas del Reino del Toro se había reducido con la sorpresa. Otra andanada de flechas brotó de la ciudad. Los guerreros estaban más preocupados en evitar los proyectiles que en seguir avanzando.

Ajdet tuvo que pensar rápido. Las flechas silbaban a su alrededor y sus hombres caían heridos. Había sido un error atacar el pueblo más grande de la sierra. Era el movimiento más lógico y, por ello, era el peor de todos. Aunque sin el liderazgo de la Sierra Blanca los restantes tres pueblos de la sierra no tardarían en caer bajo su dominio, tendría que haber supuesto que la villa no se conformaría con esperarlos y buscaría aliados entre los poblados cercanos. Mientras en el Gran Río festejaban la boda de Ayna y Yasid, los poblados de la Sierra se unían contra Ajdet y sus hombres.

- ¡RETIRADA! ¡VOLVAMOS AL BOSQUE!

sábado, 8 de octubre de 2011

A.C. (20: Noche de bodas)

- Es hora de que superes la prueba si de verdad quieres casarte con mi hermana -escupió Ajdet-. Si de verdad la amas... ¡Vénceme!


El Rey Toro enarboló su espada y se colocó en posición de batalla.

*****

Yasid dudó. Frente a él estaba posiblemente uno de los guerreros más capaces que jamás hubo visto. Sin embargo, cuando miró hacia atrás y vio a Ayna frente a la puerta de su casa, mirándolo con el miedo metido en su cuerpecito frágil, todas sus dudas se disiparon. Cerró sus dedos sobre la empuñadura de la espada y avanzó hacia Ajdet.

La espada de Yasid tenía una forma extraña, ligeramente curvada hacia uno de sus lados, y ensanchándose hacia el final, un trabajo especial que Yasid había pedido a Rutde. En sus viajes por el ancho continente del sur había visto a las tribus nómadas del desierto usar unas espadas parecidas, y le había encantado la manejabilidad que tenían.

Los dos guerreros se colocaron su armadura de bronce, que no pasaba de ser un primitivo peto que dejaba desprotegidos sus costados pero custodiaba los órganos más vitales del pecho, y comenzaron la lucha.

Yasid fue el primero en atacar, con un golpe lento, de arriba a abajo, que Ajdet no tuvo problemas en esquivar. El Gran Jefe respondió con un ataque lateral, buscando el costado izquierdo del negro, pero éste lo consiguió desviar con su prototipo de cimitarra.

Los golpes se sucedían. Los contrincantes, preocupados en evitar que las espadas hirieran su piel, recibían al protegerse de cada espadazo, una vez tras otra, golpes de la mano torpe del rival, que, si bien no eran demasiado potentes, sí desequilibraban y obligaban a los contendientes a recolocar su posición. Todo el pueblo había venido a ver la apasionante lucha entre esos dos titanes que se intercambiaban golpes y más golpes.

Yasid recibió un potente espadazo a la altura de su estómago que, a pesar de que la armadura se encargó de amortiguarlo, hundió lo suficiente la protección de bronce como para dejarlo sin aire durante unos instantes.

Ayna, que observaba la lucha junto al cada vez más numeroso grupo de curiosos, ahogó un grito de terror. Rayma la tuvo que agarrar para que no interviniera en la batalla.

El enorme negro reculaba, tratando de recuperar la respiración. Ajdet realizó un nuevo ataque y, con mucho esfuerzo, Yasid pudo rechazarlo con su alfanje. Necesitaba algo que le hiciera retomar la iniciativa del combate, así que, tratando de sorprender al Rey Toro, el extranjero se propulsó hacia él con un rápido salto. Lo consiguió. Ajdet recibió el impacto del enorme cuerpo y se desestabilizó momentáneamente.

El gigante negro aprovechó la debilidad de la postura del Gran Jefe y barrió con su pie las piernas de Ajdet, lanzándolo al suelo. Quiso atacarlo cuando su espalda chocó en la tierra, pero el joven era extremadamente ágil y rápido. Rodó sobre el suelo y se incorporó con velocidad, arrancando aplausos de los espectadores.

Yasid y Ajdet se miraron a los ojos durante unos segundos, calibrando el grado de cansancio de su oponente. Los dos eran jóvenes, habían sido duramente entrenados y se movían con inteligencia. No había ninguno que mostrara más debilidad que el otro, pero en los últimos minutos los movimientos se habían ralentizado notablemente, y ambos prácticamente navegaban en sudor.

Una sonrisa se abrió paso en el rostro del Rey Toro. Cambió el modo de agarrar la espada tras hacerla girar en su mano y avanzó hacia Yasid.

- ¡NO! -La pequeña Ayna, que se había logrado liberar de los brazos de su cuñada, se interpuso entre los contendientes, con los brazos abiertos en cruz- ¡Dejadlo ya! ¡No quiero que os pase nada malo a ninguno de los dos!

- Apártate, Ayna -ordenó su hermano, sin dejar de sonreir.

- ¡NO!

- Apártate, Ayna -repitió, dejando caer su espada al suelo.

Ante la sorpresa de su hermana, Ajdet avanzó hacia Yasid y le extendió la mano. El negro también soltó su arma y completó el amistoso saludo que le ofrecía el Rey Toro.

- Bienvenido a la familia, Yasid. Ha sido una gran lucha.

lunes, 3 de octubre de 2011

A.C. (19: La subasta)

Una semana después de la llegada de las mujeres salvajes al Pueblo Azul, dando tiempo a que la noticia se extendiera y que los mercaderes llegasen para participar en ella, la subasta de las setenta y una mujeres y los diecinueve niños y niñas dio comienzo.

Ajdet había querido no sólo asistir a la subasta, sino dirigirla y hacer las veces de vendedor.

- ¡Amigos! -gritaba el Gran Jefe en la plaza central del pueblo, rodeado de una multitud de mercaderes y curiosos- Sé para lo que estáis todos aquí, así que no os haré perder el tiempo. ¡Que pasen las mujeres!

Del antiguo templo de la villa, dirigidas cada una por un hombre del mismo pueblo o del Gran Río, comenzaron a desfilar las hembras, todas ellas desnudas y maniatadas, la mayoría llorando aterrorizadas.

*****

En el pueblo del Gran Río, mientras sus antiguas compañeras eran vendidas como esclavas, las que habían corrido con la buena o mala suerte de ser escogidas por Ajdet recibían las primeras lecciones de Zuyda.

- A partir de ahora, os vais a convertir en meros coños. MIS coños. Seréis obedientes, sensuales y siempre estaréis dispuestas. Cualquier hombre que os necesite os podrá follar por el agujero que él quiera... ¡Basta de lloros!

- ¡AAAAHHH! -la varilla de madera, larga y flexible, que Zuyda llevaba en su mano impactó en la espalda de una de la siete mujeres, una salvaje de las montañas morena y de ojos verdes, abriendo su piel con un pequeño corte del que empezó a manar un fino reguero de sangre.

- Basta de lloros -repitió la chamán-. Habéis tenido suerte acabando aquí. Vuestra diferencia con las infelices que están siendo vendidas es que aquí vais a ser vosotras quienes vais a dominar a los hombres mediante el sexo, sin que ellos lo sepan. Convertiréis en realidad sus fantasías... y también las vuestras.

Las mujeres fijaron su mirada en la rubia chamán. Ahora sí que había captado su atención y las mujeres atendían interesadas.