viernes, 25 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (10): Mujer desnuda leyendo el diario

2015
Suspiro y me froto los ojos tras mirar el reloj “Omega” de mi muñeca. Aún queda algo para las nueve de la mañana, pero no debo tardar en marcharme. Deposito de nuevo la foto sobre la mesa junto con sus compañeras y empiezo a ordenarlas en un pequeño álbum comprado para la ocasión.
Me detengo al llegar a una foto especial, aunque hablando de las fotos de mi alumna, todas llegan a ser tan especiales que esa palabra, “Especial”, ha perdido su significado. Repaso la imagen reflejada. Marisa, desnuda, como siempre que estaba en casa, ríe a cámara sentada sobre una silla y trata de tapar el objetivo con una mano mientras un ejemplar del “diario16” descansa sobre la mesa. Es la penúltima foto que le saqué, unos días antes de su boda, y la última en nuestra casa.
Hace poco que esa foto, casual e inocente, ha cumplido veinte años. Veinte años. Toda una vida. El doble de tiempo que viví con Marisa. El mismo tiempo que llevo sin verla. Una sonrisa triste se dibuja en mi rostro al pensar que fue la última foto que le saqué a mi Marisa. Sí, aún hay una posterior como he dicho, pero en esa ya no era “mi” Marisa. Era la Marisa de otro, de alguien más joven, más rico, más guapo. Alguien que le ofrecía una vida mejor y más plena que la que yo podía darle, con una relación mucho más sana que la vorágine de sexo en que convertíamos la escena más nimia en casa. Me excitaba tanto oír uno solo de sus gemidos que, en cuanto una caricia, por pequeña que fuera, rompía esa barrera, no podía evitar convertirme en un ser adicto a su coño, a su culo, a su boca, a sus manos. Era un adicto a Marisa y ella, en su inconcebible sumisión a todos mis intentos, solo hacía que aumentar mi adicción. No pensé que fuera una sensación tan poderosa, pero tras la boda, cuando nos juramos no volver a encamarnos por respeto a su nuevo marido, mi abstinencia de Marisa me llevó al borde del suicidio, porque sabía, aunque no se lo podía decir, que no iba a ser feliz con aquel hombre.
Sé que tenía que haber impedido aquel enlace, pero Marisa parecía contenta y me prometió que jamás me olvidaría. Más de veinte años después de aquella imagen, sé que no mentía. Pero muchas cosas pasaron desde el día en que tomé esa foto, y pocas fueron buenas. Parecía como si nuestra vida hubiera mejorado tanto en nuestro pequeño núcleo familiar de vicio y lujuria que hubiéramos llegado a la cima más alta posible. Una vez arriba, lo único que queda es caer más hondo cada vez.
Pero no sería justo remontarme a esa foto sin viajar un poco más atrás, cuando Marisa me presentó al hombre que la alejaría veinte años de mí. Pablo. Odié a ese hombre desde el momento que salió por la puerta de mi casa. Maldito Pablo. ¿Cómo pudo joderle tanto la vida a Marisa? Pero bueno... eso sería adelantar demasiado los acontecimientos y negarle a mis recuerdos la verdad de aquellos cinco años en que Marisa fue feliz junto a Pablo, alejándose poco a poco de mí.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (9): Una sumisa y una masoquista

2015
Me tomo el último sorbo de café y dejo la foto de Jazmín y Marisa sobre el montón. Quedan muy pocas fotos por inspeccionar, y solamente cuatro que merezcan realmente la pena. Escojo una de ellas. La última en donde sale Jazmín, aunque para ese entonces ya había prescindido de su alias de prostituta y volvía a responder al nombre de Violeta. Ya solo la llamaba Jazmín cuando me la follaba.
En la foto, las dos muchachas muestran su culo en pompa a cámara, a cuatro patas sobre una mesa de escritorio. En un rincón, sus ropas se mezclan en una amalgama de colores y telas. Violeta tiene una mano marcada en rojo sobre cada nalga y mira hacia atrás. Marisa aguarda. Reconozco la mesa aunque ya hace años que no la veo y no puedo evitar una sonrisa al distinguir el libro que aparece en el suelo. Las cosas solamente habían hecho que mejorar durante los dos años que Jazmín convivió con nosotros.
La mesa es la de mi despacho en la Universidad. El libro, mi primera novela. Los manotazos que se marcaban en el culo de Jazmín son míos.
Llevo la taza vacía de café a la pila de la cocina y regreso al montón de fotos. No puedo separar la vista de Jazmín. Si no hubiera sido por ella, Marisa se habría ido de casa mucho antes. Es justo que le dé el reconocimiento que merece.
Rebusco entre todas las fotos y escojo aquellas en las que sale Jazmín, sola o con Marisa. No todas tienen un tono erótico, aunque sí la mayor parte. Introduzco las fotografías de Jazmín en un sobre, junto con un viejo poema manuscrito que lleva por nombre “Huele a Jazmín”. Tengo mucho que agradecerle a la muchachita pelirroja, aunque ya de muchachita tenga poco. Cuando cierro el sobre, me asalta una repentina desazón al darme cuenta de que me estoy acercando al final de la historia. Sin embargo, eso es lo bueno de toda historia, que tiene un final. Aunque en este, nadie comió perdices.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (8): Una nueva puta

2015
Una cara nueva aparece en la siguiente foto. Junto a Marisa yace otra mujer, tan desnuda y tan dormida como ella. Se llama Jazmín. Están fundidas en un dulce abrazo sobre la cama. Repaso con los dedos la silueta de la segunda mujer y me detengo en las diferencias que tiene con mi alumna. Sus pechos son más grandes, pero también menos firmes. Su nariz es más aguileña y su cara está llena de pecas que destacan en su piel pálida, acentuado su tono por su melena pelirroja. Jazmín es un año más joven que mi alumna, pero viéndolas en la instantánea, Marisa parece incluso menor que su compañera de catre. Es extraño. Tal vez fuera por la actitud de cada una, tal vez porque no dejo de recordar a Marisa como “mi pequeña” pero me cuesta un poco admitir que la pelirroja es más joven.
No logro recordar cómo fue que Jazmín llegó a nuestra vida, pero al fijarme más aún en la envejecida foto, logro distinguir la débil marca de un arañazo en el cuello de Marisa, justo arriba de la mano de la pelirroja.
Claro... ya sé cómo.
Miro de reojo el teléfono, como esperando que suene y al otro lado me responda la voz seria y grave del director del instituto donde Marisa cursaba C.O.U.
Pero no, no suena nada. El teléfono se mantiene mudo. Aquel instituto ya no existe. Tampoco existe ya C.O.U ni B.U.P y seguramente Don Antonio se haya jubilado hace años y espere a la Muerte en alguna pútrida residencia de ancianos si es que pudo ahorrar lo suficiente para no pasar sus últimos días en casa.
Me levanto y preparo un café para despejarme un poco antes de salir. No quisiera que el “Chivas” me jugara una mala pasada al coger el coche.
También estaba preparando café cuando me llamó Don Antonio.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (7): Mujer atada

2015
El cigarrillo se consume en el cenicero. Había olvidado que me lo había encendido tras las dos primeras caladas y ahora casi toda su longitud se ha tornado en un gris reguero de ceniza que, en el círculo de cristal que es el cenicero, parece una saeta marcando la hora en el reloj. La hora... miro mi “Omega” de pulsera y sonrío tranquilo. Hace tiempo que ha amanecido pero aún me quedan, al menos, un par de horas para salir de casa. Tengo dos horas para rememorar siete años de mi vida. Demasiado poco para tanto tiempo, aunque quizás me sobre. No quedan ya tantas fotografías por inspeccionar. La “Polaroid” tuvo unos años muy tranquilos en los que solamente la sacaba para ocasiones especiales. Especiales y cada vez más especialmente eróticas.
Devuelvo la foto de Marisa con su collar de perro al orden cronológico que le corresponde y me entretengo en buscar la que sigue a la foto del autobús entre el pequeño montoncito que resta. Cuando la encuentro, mi polla da un respingo; la primera foto de Marisa con el coño depilado. Una de las pocas en que no salen sus ojos. Le encantaba mirar a cámara, y seguro lo hubiera hecho de haber podido. Pero el pañuelo sobre sus ojos, única prenda de tela sobre su cuerpo desnudo, se lo impide esa vez. Me regodeo en cada detalle de la foto. Las manos y los pies de Marisa, atados cada uno a una de las patas de la cama, convierten su cuerpo en una lasciva equis, cegada y desnuda, sobre las sábanas de raso.
Vuelvo atrás entre las fotos, recupero la primera, la de ella durmiendo apaciblemente en la cama del pueblo y la comparo con esta. “Marisa... ¿En qué te convertí?” me pregunto interiormente a sabiendas ya de la respuesta.
En mi puta, Marisa. Te convertí en mi puta -concluyo, en el silencio inquieto de mi casa, de nuestra casa, de nuestra antigua casa, sobre el tembloroso despertar de la ciudad.