lunes, 6 de junio de 2016

La cena de los personajes

La noche había caído hacía ya un par de horas. Era algo que nunca me había gustado del invierno. No eran ni las seis cuando el cielo se oscurecía y los sonidos diurnos se iban apagando. Ahora, pasadas las ocho de la tarde, el silencio y la oscuridad creaban un entorno casi tétrico en la enorme mansión. Encendí un par de luces de la casa para huir del ambiente inquietante y me solacé unos segundos con la absoluta calma que se respiraba. Cualquier otro día habría aprovechado la quietud para sentarme ante el ordenador y ponerme a escribir un rato, pero esa noche era distinta. En una hora y media, mis invitados comenzarían a llegar y yo debía tenerlo todo preparado.
Me detuve en el pasillo, a medio camino entre el gran salón y la cocina y repasé la lista mental. No podía quitarme de la cabeza la idea de que me faltaba algo. La carne estaba en el horno, las bebidas se enfriaban en la nevera y la mesa estaba puesta antes de que el sol cayese. Diez sillas rodeaban la gran mesa de ébano primorosamente preparada para la ocasión.
­–Joder, la chimenea –maldije. Si bien era cierto que, a pesar de las fechas, no hacía demasiado frío, una de las razones de que hubiera elegido aquel caserón perdido en la sierra para la cena era que el salón poseía una gran y preciosa chimenea que me ayudaría a crear el ambiente reconfortante que esperaba.
Volví a la sala y encendí el fuego para que fuera caldeando la estancia. No eran más que las ocho y media y supuse que tendría que volver a alimentar la hoguera antes de que llegasen todos, pero tener el fuego ya encendido calmó un poco mis nervios.
Me detuve ante el amplio ventanal. El paisaje, aun de noche, era hermoso. Los montes se recortaban sobre el oscuro horizonte y la exuberante vegetación era como un manto que se derramaba desde las cimas hasta llegar a pocos metros del chalet. La luna llena, flanqueada por una miríada de estrellas, brillaba en el cielo bañando las copas de los árboles con un reflejo plateado.
–Precioso –suspiré antes de que el pitido insistente del horno me sacara de mis ensoñaciones.

domingo, 8 de mayo de 2016

Niña de la calle (corregido)


Mi nombre es Jaime, Jaime Vargas. Como tantos otros, les quiero contar una historia. La única diferencia es que esta es mi historia. La primera, la que me marcó, la que me hizo, quizá, ser como soy. Como no sé por dónde empezar,  lo haré desde el principio, que es por donde suelen comenzar estas cosas.
Pasé los primeros años de mi vida en el peor barrio de la peor ciudad del mundo. Todas las ciudades son la peor del mundo si vives en el peor barrio, allí donde la ley de la navaja es más universal incluso que la de la gravedad y donde, en cada esquina, te puedes encontrar gente, experta en la primera, pero que te puede vender algo para creerte que escapas de la segunda.
Yo no fui un niño feliz. O sí. Tampoco puedo aseverarlo al ciento por ciento. En aquel tiempo puede que lo creyera, pero visto con la perspectiva que me dieron los años, no pude serlo. Ningún niño puede ser feliz viviendo prácticamente encerrado en casa, a consecuencia de tener una madre agorafóbica que reflejaba sus propios temores en el menudo cuerpo de su hijo. Nada hay más cruel que cargar sobre los hombros de un infante los miedos y sueños de sus progenitores y, para mi madre, la calle era el miedo, el peligro, la decadencia, el Diablo mismo convertido en gente y asfalto, solo entre las tristes paredes del hogar podía uno estar a salvo de su poder, y con esas férreas convicciones me criaba… o hacía que otros me criasen. Pero eso es otro cuento.
Sin embargo, para mí la calle no era ese demonio que me querían hacer aparentar. Como para cualquier niño de seis años, lo prohibido era lo que más curiosidad me causaba y crecí imprimiéndole a la calle una cierta tonalidad fantástica, que significaba libertad y diversión, justo lo que no tenía dentro de mi casa. Así, cada mañana, cuando el universitario que me daba clases particulares se marchaba y mi madre se quedaba dormitando viendo el televisor, única ventana al mundo que parecía interesarle, yo me escabullía a sus espaldas y salía al balcón a observar la ajetreada vida urbana que me era negada.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Sentinelî

DÍA 0

Dos manos sobre mis pechos, otra sube por mis muslos, una cuarta, tal vez perdida o sintiendo que no quedan mejores espacios para palpar, me acaricia la cintura. Siento algo húmedo y caliente sobre el ombligo, y pienso que quizás sea una copia de esa lengua que violenta mi boca y busca la mía. No tengo manera de cerciorarme en esta ceguera. No hay colores, ni formas, ni nada… solo tacto y sensaciones. Mi respiración es un arroyo de suspiros y gemidos, mecido en las lascivas caricias de esas cuatro manos, pero ya no son cuatro. Son siete, son diez, son mil. Mil manos con cinco mil dedos que me tocan cada centímetro de piel, mientras me debato a oscuras en este mar de lujuria provocadora.
“–THEY ARE COMING!”
Oigo pero sin oír. Las palabras suenan extrañas, alejadas, como embotadas tras un cristal demasiado grueso para dejarme entender qué dicen. Tal vez nuevas manos me tapen las orejas o alguna haya aprendido a hacerse etérea como un fantasma y me atraviese el cráneo para acariciar mi cerebro y desechar de él todo lo que no sea el tacto de las cuatro, las siete, las diez, las mil, el millón de manos que soban mi cuerpo desnudo y me arrancan jadeos y temblores de placer.
“–WAKE UP! EVERYONE WAKE UP!”

viernes, 9 de octubre de 2015

Fotos de mi puta (12): Una esquela en el periódico

2015
Ya no tengo ganas de quedarme en casa recordando. Mi mente lleva viente años anclada en el pasado y es hora de dejarla avanzar por fin.
Detengo el coche a las puertas de una peluquería y agarro el sobre con las fotos que había apartado. Llamo al timbre y una jovencita pelirroja, con el pelo cortado a lo 'garçon' deja de lavarle el pelo a una anciana y corre a abrirme la puerta.
¡Tío Marcos! -la jovencita me planta dos besos en las mejillas y me abraza con cariño. No la veía desde navidades y entonces aún tenía su melena por debajo de los hombros.
¿Por qué te has cortado así el pelo? No me gusta nada cómo te queda, Jazmín.
Tío Marcos... no seas abuelo... Hay que ser más modernos... ¡A mi novio le encanta!
Ah, tu novio... ya veo -Sonrío y le acaricio la mejilla en gesto paternal. Lo cierto es que le queda precioso-. ¿Cómo está tu padre? ¿Sigue en Algeciras?
Sí, está allí. Con su nueva mujer.
¿Te llevas bien con ella? ¿Igual que con Cristina?
Sí. Pero Cris mola más.
Río y le despeino el pelo corto. Jazmín ha aceptado de muy buen grado la identidad sexual de su madre. Siempre pensé que Violeta era lesbiana, pero la sociedad la había empujado a un matrimonio clásico del que solamente había sacado una cosa buena. Aquella jovencita pelirroja que me sonríe alegre.
¿Está tu madre?
Sí, está en el almacén.
Como invocada por mis palabras, Violeta aparece por la puerta trasera del local con un par de botes de acondicionador en la mano.
Jazmín, apunta que hay que llamar al de 'Schwarkoppf', se nos han... ¡Marcos! ¡Qué alegría!
Violeta deja los botes sobre el mostrador y me abraza.
¿Era hoy? -pregunta, torciendo el gesto- Joder... no me acordaba.
Mi antigua alumna ya no es una niña. Es una mujer que, a sus cuarenta y cinco, aún es capaz de levantar muchas pasiones, pero nada que ver con aquella prostituta que encontré en cierta esquina una noche cualquiera.
Espera, que dejo a Jazmín en la 'pelu', le digo a Cris que haga comida para ellas y te acompaño.
No, Jaz... Violeta -me corrijo-. Prefiero ir solo. He venido para darte esto.
Le extiendo el sobre y la madura peluquera investiga un poco en su interior. No necesita mucho más para adivinar qué contiene. En cuanto ve la primera imagen, un intenso rubor cubre su rostro y me sonríe.
Gracias. Pásate luego -me dice antes de plasmarme un tierno beso en los labios que sorprende a su hija. La anciana Palmira está demasiado concentrada en el agradable masaje capilar que está recibiendo para abrir los ojos y no se da cuenta de nada.
Me monto de nuevo en mi coche y echo una ojeada al asiento del copiloto. La vieja Polaroid, como una antigualla abandonada en alguna guerra antigua, parece observarme, tal vez diciéndome que está lista para una última captura antes de marcharse al Cielo de las Cámaras de Fotos. A su lado, el álbum de las fotos de Marisa y mi bastón. Puede que ya no lo necesite, hace más de cinco años de mi lesión de rodilla y ya no tengo casi molestias más que cuando la maldita humedad de la ciudad hace estragos, pero me gusta llevarlo. Me otorga cierto porte y distinción, al menos así opino.
Arranco y me encamino hacia las afueras de la ciudad. Sigo al cartel que clama “Cementerio Municipal”, escarbo entre los recortes de periódico hasta encontrar el primero de todos y me hundo de nuevo en mis atormentados recuerdos mientras leo la esquela.

sábado, 3 de octubre de 2015

Fotos de mi puta (11): Una novia vestida de tul

2015
Una insidiosa alarma me saca de mis pensamientos. El dichoso móvil nuevo trina estruendosamente y consigo detenerlo a la tercera intentona. Malditos trastos modernos, nunca me habituaré a ellos. Son las nueve de la mañana, tengo una hora de camino por delante, y solamente me queda una foto fuera del álbum, la última que le saqué. No es la más hermosa que le sacaron ese día, ni para la que posó más tiempo, ni la que mejor calidad tiene, pero es la que yo le saqué. Eso la hace única. La observo con una extraña mezcla de excitación y nostalgia y la ubico en la última página del álbum, la única que queda libre. Cierro el álbum porque no necesito mirar la foto para verla. La tengo grabada a fuego en la mente. Mientras lo recojo todo para salir de casa, recuerdo cada uno de los detalles de la fotografía.
Marisa mira a cámara. No está desnuda. Viste el más hermoso vestido de novia que jamás se hubo visto. Cualquier vestido de novia sería el más hermoso del mundo mientras lo llevase ella. Marisa. La misma mujer que levanta el faldón de su vestido para mostrar su coñito sobre el que asoma un pequeño bosquecillo de vello púbico. Se casó sin bragas y no solo eso. En la liga blanca que rodea su muslo está sujeto un pequeño aparato eléctrico de color azul, del que sale un cable que se introduce en su vagina. En aquel entonces ese aparato era una novedad. Un vibrador con mando a distancia. Obviamente, el mando estaba en mi mano. Fue una especie de regalo de bodas. Un regalo que ella me hacía a mí. Su último regalo.
Salgo de casa tras coger el bastón de la entrada. En la otra mano, llevo el álbum, el sobre y algunas hojas de un viejo periódico. Bajo hasta el garaje y entro en mi coche. En el asiento del copiloto yace la docena de libros que he escrito durante estos últimos veinte años. Lo cierto es que me equivoqué de pe a pa y mi segundo libro reventó el número de ventas del primero. Después de él vinieron más. Arranco y el sonido de mi viejo coche me recuerda a la última vez que llevé a Marisa en él. Fue hace veinte años y por aquel entonces el coche era primorosamente nuevo, casi comprado para la ocasión.
Entonces la llevaba a su boda con Pablo Villaescusa.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (10): Mujer desnuda leyendo el diario

2015
Suspiro y me froto los ojos tras mirar el reloj “Omega” de mi muñeca. Aún queda algo para las nueve de la mañana, pero no debo tardar en marcharme. Deposito de nuevo la foto sobre la mesa junto con sus compañeras y empiezo a ordenarlas en un pequeño álbum comprado para la ocasión.
Me detengo al llegar a una foto especial, aunque hablando de las fotos de mi alumna, todas llegan a ser tan especiales que esa palabra, “Especial”, ha perdido su significado. Repaso la imagen reflejada. Marisa, desnuda, como siempre que estaba en casa, ríe a cámara sentada sobre una silla y trata de tapar el objetivo con una mano mientras un ejemplar del “diario16” descansa sobre la mesa. Es la penúltima foto que le saqué, unos días antes de su boda, y la última en nuestra casa.
Hace poco que esa foto, casual e inocente, ha cumplido veinte años. Veinte años. Toda una vida. El doble de tiempo que viví con Marisa. El mismo tiempo que llevo sin verla. Una sonrisa triste se dibuja en mi rostro al pensar que fue la última foto que le saqué a mi Marisa. Sí, aún hay una posterior como he dicho, pero en esa ya no era “mi” Marisa. Era la Marisa de otro, de alguien más joven, más rico, más guapo. Alguien que le ofrecía una vida mejor y más plena que la que yo podía darle, con una relación mucho más sana que la vorágine de sexo en que convertíamos la escena más nimia en casa. Me excitaba tanto oír uno solo de sus gemidos que, en cuanto una caricia, por pequeña que fuera, rompía esa barrera, no podía evitar convertirme en un ser adicto a su coño, a su culo, a su boca, a sus manos. Era un adicto a Marisa y ella, en su inconcebible sumisión a todos mis intentos, solo hacía que aumentar mi adicción. No pensé que fuera una sensación tan poderosa, pero tras la boda, cuando nos juramos no volver a encamarnos por respeto a su nuevo marido, mi abstinencia de Marisa me llevó al borde del suicidio, porque sabía, aunque no se lo podía decir, que no iba a ser feliz con aquel hombre.
Sé que tenía que haber impedido aquel enlace, pero Marisa parecía contenta y me prometió que jamás me olvidaría. Más de veinte años después de aquella imagen, sé que no mentía. Pero muchas cosas pasaron desde el día en que tomé esa foto, y pocas fueron buenas. Parecía como si nuestra vida hubiera mejorado tanto en nuestro pequeño núcleo familiar de vicio y lujuria que hubiéramos llegado a la cima más alta posible. Una vez arriba, lo único que queda es caer más hondo cada vez.
Pero no sería justo remontarme a esa foto sin viajar un poco más atrás, cuando Marisa me presentó al hombre que la alejaría veinte años de mí. Pablo. Odié a ese hombre desde el momento que salió por la puerta de mi casa. Maldito Pablo. ¿Cómo pudo joderle tanto la vida a Marisa? Pero bueno... eso sería adelantar demasiado los acontecimientos y negarle a mis recuerdos la verdad de aquellos cinco años en que Marisa fue feliz junto a Pablo, alejándose poco a poco de mí.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (9): Una sumisa y una masoquista

2015
Me tomo el último sorbo de café y dejo la foto de Jazmín y Marisa sobre el montón. Quedan muy pocas fotos por inspeccionar, y solamente cuatro que merezcan realmente la pena. Escojo una de ellas. La última en donde sale Jazmín, aunque para ese entonces ya había prescindido de su alias de prostituta y volvía a responder al nombre de Violeta. Ya solo la llamaba Jazmín cuando me la follaba.
En la foto, las dos muchachas muestran su culo en pompa a cámara, a cuatro patas sobre una mesa de escritorio. En un rincón, sus ropas se mezclan en una amalgama de colores y telas. Violeta tiene una mano marcada en rojo sobre cada nalga y mira hacia atrás. Marisa aguarda. Reconozco la mesa aunque ya hace años que no la veo y no puedo evitar una sonrisa al distinguir el libro que aparece en el suelo. Las cosas solamente habían hecho que mejorar durante los dos años que Jazmín convivió con nosotros.
La mesa es la de mi despacho en la Universidad. El libro, mi primera novela. Los manotazos que se marcaban en el culo de Jazmín son míos.
Llevo la taza vacía de café a la pila de la cocina y regreso al montón de fotos. No puedo separar la vista de Jazmín. Si no hubiera sido por ella, Marisa se habría ido de casa mucho antes. Es justo que le dé el reconocimiento que merece.
Rebusco entre todas las fotos y escojo aquellas en las que sale Jazmín, sola o con Marisa. No todas tienen un tono erótico, aunque sí la mayor parte. Introduzco las fotografías de Jazmín en un sobre, junto con un viejo poema manuscrito que lleva por nombre “Huele a Jazmín”. Tengo mucho que agradecerle a la muchachita pelirroja, aunque ya de muchachita tenga poco. Cuando cierro el sobre, me asalta una repentina desazón al darme cuenta de que me estoy acercando al final de la historia. Sin embargo, eso es lo bueno de toda historia, que tiene un final. Aunque en este, nadie comió perdices.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (8): Una nueva puta

2015
Una cara nueva aparece en la siguiente foto. Junto a Marisa yace otra mujer, tan desnuda y tan dormida como ella. Se llama Jazmín. Están fundidas en un dulce abrazo sobre la cama. Repaso con los dedos la silueta de la segunda mujer y me detengo en las diferencias que tiene con mi alumna. Sus pechos son más grandes, pero también menos firmes. Su nariz es más aguileña y su cara está llena de pecas que destacan en su piel pálida, acentuado su tono por su melena pelirroja. Jazmín es un año más joven que mi alumna, pero viéndolas en la instantánea, Marisa parece incluso menor que su compañera de catre. Es extraño. Tal vez fuera por la actitud de cada una, tal vez porque no dejo de recordar a Marisa como “mi pequeña” pero me cuesta un poco admitir que la pelirroja es más joven.
No logro recordar cómo fue que Jazmín llegó a nuestra vida, pero al fijarme más aún en la envejecida foto, logro distinguir la débil marca de un arañazo en el cuello de Marisa, justo arriba de la mano de la pelirroja.
Claro... ya sé cómo.
Miro de reojo el teléfono, como esperando que suene y al otro lado me responda la voz seria y grave del director del instituto donde Marisa cursaba C.O.U.
Pero no, no suena nada. El teléfono se mantiene mudo. Aquel instituto ya no existe. Tampoco existe ya C.O.U ni B.U.P y seguramente Don Antonio se haya jubilado hace años y espere a la Muerte en alguna pútrida residencia de ancianos si es que pudo ahorrar lo suficiente para no pasar sus últimos días en casa.
Me levanto y preparo un café para despejarme un poco antes de salir. No quisiera que el “Chivas” me jugara una mala pasada al coger el coche.
También estaba preparando café cuando me llamó Don Antonio.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Fotos de mi puta (7): Mujer atada

2015
El cigarrillo se consume en el cenicero. Había olvidado que me lo había encendido tras las dos primeras caladas y ahora casi toda su longitud se ha tornado en un gris reguero de ceniza que, en el círculo de cristal que es el cenicero, parece una saeta marcando la hora en el reloj. La hora... miro mi “Omega” de pulsera y sonrío tranquilo. Hace tiempo que ha amanecido pero aún me quedan, al menos, un par de horas para salir de casa. Tengo dos horas para rememorar siete años de mi vida. Demasiado poco para tanto tiempo, aunque quizás me sobre. No quedan ya tantas fotografías por inspeccionar. La “Polaroid” tuvo unos años muy tranquilos en los que solamente la sacaba para ocasiones especiales. Especiales y cada vez más especialmente eróticas.
Devuelvo la foto de Marisa con su collar de perro al orden cronológico que le corresponde y me entretengo en buscar la que sigue a la foto del autobús entre el pequeño montoncito que resta. Cuando la encuentro, mi polla da un respingo; la primera foto de Marisa con el coño depilado. Una de las pocas en que no salen sus ojos. Le encantaba mirar a cámara, y seguro lo hubiera hecho de haber podido. Pero el pañuelo sobre sus ojos, única prenda de tela sobre su cuerpo desnudo, se lo impide esa vez. Me regodeo en cada detalle de la foto. Las manos y los pies de Marisa, atados cada uno a una de las patas de la cama, convierten su cuerpo en una lasciva equis, cegada y desnuda, sobre las sábanas de raso.
Vuelvo atrás entre las fotos, recupero la primera, la de ella durmiendo apaciblemente en la cama del pueblo y la comparo con esta. “Marisa... ¿En qué te convertí?” me pregunto interiormente a sabiendas ya de la respuesta.
En mi puta, Marisa. Te convertí en mi puta -concluyo, en el silencio inquieto de mi casa, de nuestra casa, de nuestra antigua casa, sobre el tembloroso despertar de la ciudad.

viernes, 28 de agosto de 2015

Dos de corazones

Relato que empecé para el ejercicio de "La apuesta" y que no llegué a terminar a tiempo. Ahora lo saco a la luz

La maldita ficha roja rodaba entre mis dedos. El resto, todo lo que tenía, todo lo que me quedaba, todo lo que yo era, aguardaba en el centro de la mesa inconscientemente transmutado en fichas de otros colores. Verdes, azules, negras, naranjas, amarillas… ninguna más era roja. Ninguna podía serlo. En el sobrecogedor montón de fichas del bote había todo un arcoiris en el que solamente faltaba el rojo que mantenía en mi mano.
Castelar esperaba paciente con aquella sonrisa cínica en la boca que me llenaba de ganas de partirle la cara.
–¿Ves o no ves? –me espetó el gordo hijo de puta que ya me lo había quitado todo y que quería que apostase lo único que me quedaba.
Volví la vista a la ficha con la que mis dedos trasteaban y mi mirada resbaló hacia el hueco que habían dejado sus hermanas de otro color en mi lado de la mesa. Hueco que ahora solo ocupaban mis dos cartas. Las ojeé de nuevo, como si esperase que hubieran cambiado en los últimos diez segundos y me diesen una mano vencedora. No era así. El as y el cuatro de corazones seguían allí, como implorándome que no lo hiciera.
Miré las cartas de mesa. El as de tréboles me hubiera dado una buena opción si mi kicker no fuera un cuatro. Mis ilusiones, por lo tanto, debían haber descansado en los proyectos que me abrían el tres y el cinco de corazones que habían acompañado al trébol en el flop. El river había doblado al cinco, y estaba seguro de que, por un lado u otro, Castelar me iba dominando. As de tréboles, tres de corazones, cinco de corazones, cinco de picas… Un dos me daba escalera, un corazón me daba color. En cualquier otro momento me hubieran quedado trece cartas posibles en el mazo donde descansaban las cuarenta y dos restantes. Un treinta por ciento de posibilidades, pero sabía que la posibilidad era mucho menor…
Castelar me había metido en la partida, fingiendo un farol, cuando los corazones me abrían un gran abanico y el as me daba la pareja. Resubió mi resubida para evitar que yo fuera de vacío. Ahora lo entendía todo. Mierda. Había jugado demasiado agresivo en esta mano. El cinco de picas seguro que le daba trío o el as le daba una pareja con un acompañante mucho más alto. Incluso… Miré a los ojos a Castelar. Su rostro era impenetrable, pero, de alguna manera, supe que me la había vuelto a jugar y leí las cartas que llevaba. As-cinco. El gordo cabrón llevaba un full y esperaba que me lo jugase todo a los proyectos cuando era prácticamente imposible que le venciera.
Miré a “El Polaco”. Su nombre era impronunciable y todos, incluido Castelar, para el que llevaba trabajando más de cuatro años, le llamaban directamente “Polaco”. Él también esperaba pacientemente a recibir la orden de repartir la última carta.
Ahora que lo sabía, tenía que reconocer que era un tahúr acojonante. Llevaba toda la tarde intentando averiguar cómo seleccionaba las cartas, pero no lo había logrado. Seguro que ya tenía preparado algún corazón que me diera color y, con ello, una sensación de victoria para que Castelar me quitara mi última ficha. La ficha roja.
Giré la cabeza a mi izquierda para verla. Ella seguía allí, de pie, sin perder de vista a mi rival. Carol conocía lo que significaba la ficha roja. La única ficha sin cifra porque lo que representaba era de un valor incalculable. La ficha que la representaba a ella.
Castelar sabía que era lo único que me quedaba y sonreía. Yo sabía que era lo único que realmente él quería de mí y no sonreía. Mi negocio, mi coche, mi casa… todo eso era un granito de arena para Castelar y sus millones. Mi chica, sin embargo, era la única causa de que me hubiera dado una segunda oportunidad para recuperar todo lo que había perdido.
Aquel cabrón lo había calculado todo para ganarme a Carol de la misma forma que yo la gané tres años antes: en una partida de póquer. “Lo que el póquer te da, el póquer te lo quita”. Veinte años antes, cuando me enseñaba a jugar a las cartas, mi tío Mario me dio varios de los consejos que más me han ayudado en mi vida. Ahora, a pesar de sus consejos, estaba a un solo paso de perder lo más importante que el póquer me había dado.
Pero no iba a ser hoy.
Castelar, con su full en mano, había cometido un error. Me había dejado una salida. Una sola carta que me podía dar la victoria.
Esa carta era el dos de corazones.
Sonreí y lancé la ficha roja encima del montón.
–Veo –dije-… con una sola condición.

viernes, 21 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (6): Mujer con collar de perro

2015

Sonrío y miro por la ventana. Amanece. Amanece que no es poco. Llevo toda la noche navegando entre fotos de la mujer más importante de mi vida. Ahora lo sé. Fue, y es, más importante para mí de lo que fue mi esposa. Amparo fue la parte más importante de mi vida durante más de diez años, pero Marisa fue mi vida por completo durante otros diez. Me enciendo un nuevo cigarrillo y saco del montón de fotos una de las últimas que se ha colado entre las antiguas. Marisa mira a cámara, sentada en el suelo con su coñito, pulcramente depilado, expuesto al ojo muerto de la “Polaroid” mientras un collar de perro rodea su cuello. La mujer-perra saca la lengua obscenamente, y sus pechos se muestran en todo su esplendor, firmes y no muy grandes, pero completamente excitantes.
Tuerzo el gesto mientras trato de recordar el lugar que le corresponde a esa foto. Pasaron demasiadas cosas entre esa foto y el punto en que han quedado mis pensamientos, pero el momento en que supe que algún día le haría una foto como esa fue justo después de mudarnos a nuestra nueva casa. No inmortalicé ese preciso momento del collar hasta años después, pero la frase que Marisa pronunció en los días posteriores a nuestra mudanza todavía resuena en mi cabeza como la sagrada revelación de algún dios oscuro y poderoso.
“¿Tengo que ponerme un collar de perro y dormir a tus pies para que entiendas que voy a estar cada noche contigo, aprendiendo lo que me quieras enseñar?”
No habría sido necesario, pero lo hizo.

sábado, 15 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (5): Muchacha en el autobús

2015
Fotos, fotos, fotos…. Todo es un maremágnum de instantáneas que me sumerge en un mundo pasado que no había querido desempolvar hasta hoy. Mi vaso de “Chivas” vuelve a estar vacío, pero ya me da igual. Estoy inmerso en esta misión y ni siquiera sé si me dará tiempo a revisar todas las fotografías antes de marcharme. Son las cinco de la mañana pero no me importa porque sé que, aun intentándolo, no habría podido dormir en toda la noche. Los nervios me lo habrían impedido. Así que, en vez de pelearme con la almohada, he preferido abrir la Caja De Pandora De Las Fotografías y reflotar todos los recuerdos que me quedan de mi querida alumna.
Esta foto, de Marisa masturbándose con un consolador naranja la tomé tres meses después de que empezase a dormir en mi habitación. Esta, de ella completamente desnuda en el bosque, siete meses después, en nuestro viaje al norte de España. El Santo Camino de Santiago nunca fue menos Santo. Esta fue posterior, de cuando terminó el último curso de Bachiller ¿Quién iba a decirnos que nuestro tiempo en aquel poblacho estaba a punto de acabarse?
Una nueva foto azota mi mirada. Cualquiera diría que es una foto sin más, melancólica incluso. El rostro de perfil de una mujer, pegado a la ventanilla de un autobús mientras, tras el cristal, la lluvia cae sobre los campos del fondo. La mujer mantiene los ojos entrecerrados, y sus dedos junto a la boca, como si acabase de morderse las uñas. Un poderoso rubor cubre sus mejillas y una fina película de sudor envuelve su sien. Obviamente, esa mujer es Marisa. Nadie que viera la foto podría adivinar que, en el mismo momento que la estaba tomando, con la otra mano estaba masturbando a la joven hasta el orgasmo.

viernes, 7 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (4): Joven desnuda y con miedo

2015
Doy la vuelta a la siguiente foto nada más verla para alejarla de mi vista, su simple visión me causa una punzada de dolor profundo en las entrañas. Es increíble cómo, después de tantos años, aquellas imágenes de la vieja “Polaroid” son capaces de removerme tantos sentimientos y tan de golpe. Le doy un largo trago a mi “Chivas” antes de proseguir con mi intención de revisar todas y cada una de las fotografías para desenmarañar los recuerdos que durante tanto tiempo he mantenido en mi cabeza, ocultos pero latentes.
Miento si digo que llevo veinte años sin pensar en Marisa, puesto que lo he ido haciendo casi a diario durante las dos últimas décadas. Pero la impresión que me causan las instantáneas, y la cantidad de detalles que son capaces de hacerme evocar, empiezan a ser agobiantes.
Aún siento los mismos remordimientos e incluso las mismas dudas que sentía en aquellos momentos con el mero acto de revisar las fotos.
Tomo aire antes de girar de nuevo la fotografía que todavía sostengo entre mis manos, como intentando recabar todo el valor posible para enfrentarme de nuevo a ella y a los recuerdos de, posiblemente, la peor noche de mi vida junto a Marisa.
Trago saliva y vuelvo mentalmente a aquella noche en la que mi alumna me hizo entender que había empezado un viaje que no terminaría nunca. En la foto, una Marisa seria y con el rastro de una lágrima seca en su mejilla mira a cámara con una mezcla de odio y temor mientras, desnuda, se abraza a sus rodillas protegiéndose del dolor que alguien le ha causado. Alguien que era yo. El pelo le cubre parte de la cara y la cámara saca un diabólico reflejo rojo en el único ojo que muestra. Es la pura imagen de la furia y del miedo.
Me estremezco mientras mis recuerdos me llevan nuevamente treinta años atrás.

sábado, 1 de agosto de 2015

Fotos de mi puta (3): Joven junto a mujer de pueblo

2015
Miro con detenimiento una de las pocas fotografías en las que Marisa aparece vestida y en la calle. Ella, abrazada a su tía Jacinta, sonríe a la cámara mientras, al fondo, aguarda el autobús que alejaría a ambas para siempre, puesto que después del entierro de los padres de mi alumna, ni Jacinta volvió a interesarse por Marisa, ni la joven quiso volver a saber nada más de “aquella pueblerina que la desnudaba con la mirada”. En la foto, Marisa viste un grueso abrigo desabrochado por cuya abertura se divisa el suéter y el escote que insinúa sus pequeños senos. La bufanda, el gorro y unos pantalones largos completan su invernal atuendo. Jacinta, en cambio, lleva una simple camisa vieja y una falda de tubo que esconden sus irreconocibles formas, si bien es cierto que su complexión no es muy dada a las curvas, sino que más bien tiende al cuadrado con sus anchos hombros y sus caderonas rectas. Sus ojos se desvían hacia su sobrina sin prestar atención ninguna al objetivo de la cámara.

domingo, 26 de julio de 2015

Fotos de mi puta (2): Adolescente dormida y desnuda

2015
Imaginarme de nuevo a Marisa masturbándose ha hecho despertar viejas sensaciones en mi cuerpo. Se me ha acelerado la respiración y la boca se me ha secado. Parece una tontería, habida cuenta de todo lo que hicimos después de aquello, pero aún ahora, al recordar esa noche, mi cuerpo responde como si fuera aún aquel entonces.
Suspiro y dejo de nuevo la primera foto de Marisa en la mesa, junto a las demás. Sin embargo, no es como las demás. Esa primera foto, para mí, es tan especial entre las otras como la propia Marisa lo es entre las demás mujeres que he conocido a lo largo de la vida. Ninguna puede siquiera acercarse a lo que ha significado mi alumna durante los años que la tuve a mi lado.
Me preparo otro vaso de Chivas y me enciendo un cigarrillo. El fulgor de la llama del mechero lo tinta todo de un tono naranja, sobreponiéndose a la cetrina luz de la lámpara que ilumina mi escritorio. El pequeño fuego saca extraños matices de la piel de Marisa en las fotos, como invitándome a recordar lo que pasó al día siguiente. El día de la mayor explosión que jamás conociera aquel pueblo perdido. El día que por fin cedí a las manipulaciones de mi particular Lolita e hicimos el amor por primera vez.
Allí fuera deja de llover lentamente y mis recuerdos resurgen en mitad de la madrugada.