viernes, 9 de octubre de 2015

Fotos de mi puta (12): Una esquela en el periódico

2015
Ya no tengo ganas de quedarme en casa recordando. Mi mente lleva viente años anclada en el pasado y es hora de dejarla avanzar por fin.
Detengo el coche a las puertas de una peluquería y agarro el sobre con las fotos que había apartado. Llamo al timbre y una jovencita pelirroja, con el pelo cortado a lo 'garçon' deja de lavarle el pelo a una anciana y corre a abrirme la puerta.
¡Tío Marcos! -la jovencita me planta dos besos en las mejillas y me abraza con cariño. No la veía desde navidades y entonces aún tenía su melena por debajo de los hombros.
¿Por qué te has cortado así el pelo? No me gusta nada cómo te queda, Jazmín.
Tío Marcos... no seas abuelo... Hay que ser más modernos... ¡A mi novio le encanta!
Ah, tu novio... ya veo -Sonrío y le acaricio la mejilla en gesto paternal. Lo cierto es que le queda precioso-. ¿Cómo está tu padre? ¿Sigue en Algeciras?
Sí, está allí. Con su nueva mujer.
¿Te llevas bien con ella? ¿Igual que con Cristina?
Sí. Pero Cris mola más.
Río y le despeino el pelo corto. Jazmín ha aceptado de muy buen grado la identidad sexual de su madre. Siempre pensé que Violeta era lesbiana, pero la sociedad la había empujado a un matrimonio clásico del que solamente había sacado una cosa buena. Aquella jovencita pelirroja que me sonríe alegre.
¿Está tu madre?
Sí, está en el almacén.
Como invocada por mis palabras, Violeta aparece por la puerta trasera del local con un par de botes de acondicionador en la mano.
Jazmín, apunta que hay que llamar al de 'Schwarkoppf', se nos han... ¡Marcos! ¡Qué alegría!
Violeta deja los botes sobre el mostrador y me abraza.
¿Era hoy? -pregunta, torciendo el gesto- Joder... no me acordaba.
Mi antigua alumna ya no es una niña. Es una mujer que, a sus cuarenta y cinco, aún es capaz de levantar muchas pasiones, pero nada que ver con aquella prostituta que encontré en cierta esquina una noche cualquiera.
Espera, que dejo a Jazmín en la 'pelu', le digo a Cris que haga comida para ellas y te acompaño.
No, Jaz... Violeta -me corrijo-. Prefiero ir solo. He venido para darte esto.
Le extiendo el sobre y la madura peluquera investiga un poco en su interior. No necesita mucho más para adivinar qué contiene. En cuanto ve la primera imagen, un intenso rubor cubre su rostro y me sonríe.
Gracias. Pásate luego -me dice antes de plasmarme un tierno beso en los labios que sorprende a su hija. La anciana Palmira está demasiado concentrada en el agradable masaje capilar que está recibiendo para abrir los ojos y no se da cuenta de nada.
Me monto de nuevo en mi coche y echo una ojeada al asiento del copiloto. La vieja Polaroid, como una antigualla abandonada en alguna guerra antigua, parece observarme, tal vez diciéndome que está lista para una última captura antes de marcharse al Cielo de las Cámaras de Fotos. A su lado, el álbum de las fotos de Marisa y mi bastón. Puede que ya no lo necesite, hace más de cinco años de mi lesión de rodilla y ya no tengo casi molestias más que cuando la maldita humedad de la ciudad hace estragos, pero me gusta llevarlo. Me otorga cierto porte y distinción, al menos así opino.
Arranco y me encamino hacia las afueras de la ciudad. Sigo al cartel que clama “Cementerio Municipal”, escarbo entre los recortes de periódico hasta encontrar el primero de todos y me hundo de nuevo en mis atormentados recuerdos mientras leo la esquela.

sábado, 3 de octubre de 2015

Fotos de mi puta (11): Una novia vestida de tul

2015
Una insidiosa alarma me saca de mis pensamientos. El dichoso móvil nuevo trina estruendosamente y consigo detenerlo a la tercera intentona. Malditos trastos modernos, nunca me habituaré a ellos. Son las nueve de la mañana, tengo una hora de camino por delante, y solamente me queda una foto fuera del álbum, la última que le saqué. No es la más hermosa que le sacaron ese día, ni para la que posó más tiempo, ni la que mejor calidad tiene, pero es la que yo le saqué. Eso la hace única. La observo con una extraña mezcla de excitación y nostalgia y la ubico en la última página del álbum, la única que queda libre. Cierro el álbum porque no necesito mirar la foto para verla. La tengo grabada a fuego en la mente. Mientras lo recojo todo para salir de casa, recuerdo cada uno de los detalles de la fotografía.
Marisa mira a cámara. No está desnuda. Viste el más hermoso vestido de novia que jamás se hubo visto. Cualquier vestido de novia sería el más hermoso del mundo mientras lo llevase ella. Marisa. La misma mujer que levanta el faldón de su vestido para mostrar su coñito sobre el que asoma un pequeño bosquecillo de vello púbico. Se casó sin bragas y no solo eso. En la liga blanca que rodea su muslo está sujeto un pequeño aparato eléctrico de color azul, del que sale un cable que se introduce en su vagina. En aquel entonces ese aparato era una novedad. Un vibrador con mando a distancia. Obviamente, el mando estaba en mi mano. Fue una especie de regalo de bodas. Un regalo que ella me hacía a mí. Su último regalo.
Salgo de casa tras coger el bastón de la entrada. En la otra mano, llevo el álbum, el sobre y algunas hojas de un viejo periódico. Bajo hasta el garaje y entro en mi coche. En el asiento del copiloto yace la docena de libros que he escrito durante estos últimos veinte años. Lo cierto es que me equivoqué de pe a pa y mi segundo libro reventó el número de ventas del primero. Después de él vinieron más. Arranco y el sonido de mi viejo coche me recuerda a la última vez que llevé a Marisa en él. Fue hace veinte años y por aquel entonces el coche era primorosamente nuevo, casi comprado para la ocasión.
Entonces la llevaba a su boda con Pablo Villaescusa.