2015
Imaginarme de nuevo a Marisa
masturbándose ha hecho despertar viejas sensaciones en mi cuerpo. Se
me ha acelerado la respiración y la boca se me ha secado. Parece una
tontería, habida cuenta de todo lo que hicimos después de aquello,
pero aún ahora, al recordar esa noche, mi cuerpo responde como si
fuera aún aquel entonces.
Suspiro y dejo de nuevo la
primera foto de Marisa en la mesa, junto a las demás. Sin embargo,
no es como las demás. Esa primera foto, para mí, es tan especial
entre las otras como la propia Marisa lo es entre las demás mujeres
que he conocido a lo largo de la vida. Ninguna puede siquiera
acercarse a lo que ha significado mi alumna durante los años que la
tuve a mi lado.
Me preparo otro vaso de Chivas y
me enciendo un cigarrillo. El fulgor de la llama del mechero lo tinta
todo de un tono naranja, sobreponiéndose a la cetrina luz de la
lámpara que ilumina mi escritorio. El pequeño fuego saca extraños
matices de la piel de Marisa en las fotos, como invitándome a
recordar lo que pasó al día siguiente. El día de la mayor
explosión que jamás conociera aquel pueblo perdido. El día que por
fin cedí a las manipulaciones de mi particular Lolita e hicimos el
amor por primera vez.
Allí fuera deja de llover
lentamente y mis recuerdos resurgen en mitad de la madrugada.