DÍA 0
Dos manos sobre mis pechos, otra sube
por mis muslos, una cuarta, tal vez perdida o sintiendo que no quedan
mejores espacios para palpar, me acaricia la cintura. Siento algo húmedo
y caliente sobre el ombligo, y pienso que quizás sea una copia de esa
lengua que violenta mi boca y busca la mía. No tengo manera de
cerciorarme en esta ceguera. No hay colores, ni formas, ni nada… solo
tacto y sensaciones. Mi respiración es un arroyo de suspiros y gemidos,
mecido en las lascivas caricias de esas cuatro manos, pero ya no son
cuatro. Son siete, son diez, son mil. Mil manos con cinco mil dedos que
me tocan cada centímetro de piel, mientras me debato a oscuras en este
mar de lujuria provocadora.
“–THEY ARE COMING!”
Oigo pero sin oír. Las palabras suenan
extrañas, alejadas, como embotadas tras un cristal demasiado grueso para
dejarme entender qué dicen. Tal vez nuevas manos me tapen las orejas o
alguna haya aprendido a hacerse etérea como un fantasma y me atraviese
el cráneo para acariciar mi cerebro y desechar de él todo lo que no sea
el tacto de las cuatro, las siete, las diez, las mil, el millón de manos
que soban mi cuerpo desnudo y me arrancan jadeos y temblores de placer.
“–WAKE UP! EVERYONE WAKE UP!”